En lo alto de los imponentes Andes, donde las nubes bailaban con los picos nevados, vivía un niño llamado Inti.
Inti amaba explorar las laderas escarpadas y verdes, siguiendo los pasos de su padre, un hábil pastor.
Un día, mientras Inti paseaba por un risco rocoso, vio algo extraordinario: un enorme cóndor, el ave más grande de los Andes, sobrevolando el cielo.
El cóndor, con sus alas extendidas como un manto negro, parecía un gigante majestuoso.
Inti quedó hipnotizado por su belleza y poder.
Siguió al cóndor con la mirada, maravillándose de sus círculos lentos y elegantes.
De repente, el cóndor se abalanzó hacia una roca cercana, sus garras afiladas agarrando a un pequeño roedor.
Inti corrió hacia el cóndor, decidido a proteger al animal indefenso.
Pero cuando se acercó, el cóndor no lo atacó.
En cambio, lo miró con sus ojos dorados, como si entendiera las buenas intenciones de Inti.
El cóndor soltó al roedor y voló hacia el cielo, sus alas batiendo el aire con un sonido poderoso.
Inti se quedó allí, asombrado por el encuentro.
Había aprendido que incluso las criaturas más feroces pueden ser amables y compasivas.
Desde ese día, Inti siempre observó a los cóndores con respeto y admiración, sabiendo que eran guardianes silenciosos de las montañas andinas.