Sofía se despertó con una nube gris sobre su cabeza. No era una nube real, claro, pero así se sentía. Su gatito, Miau, había desaparecido la noche anterior. Lo había buscado por todas partes, llamándolo con su voz suave, pero Miau no apareció. Ahora, al despertar, la tristeza la abrazaba como un oso gigante y peludo.
Su mamá entró en la habitación, con una sonrisa dulce y un plato de panqueques con forma de corazón. "¡Buenos días, mi sol!", dijo. "¿Lista para un nuevo día?"
Sofía negó con la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas. "No quiero ir a la escuela, Mamá. Estoy muy triste. Miau no está."
Su mamá se sentó en la cama junto a ella y la abrazó. "Lo sé, cariño. Debe ser muy difícil. Pero Miau querría que fueras valiente y tuvieras un buen día. Además, quizás alguien en la escuela lo haya visto."
Sofía se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. "¿De verdad crees eso?"
"Claro que sí. Y además, recuerda que tus amigos te extrañan y la Señorita Elena tiene una sorpresa especial hoy."
Sofía suspiró. La idea de una sorpresa era tentadora, pero la tristeza seguía ahí, pesada. "Vamos a la escuela aunque esté triste", pensó, siguiendo el consejo implícito de su madre.
Después de desayunar, se vistió lentamente. Se puso su falda favorita, la azul con florecitas, esperando que le diera un poco de ánimo. Su mochila parecía más pesada que de costumbre. Camino a la escuela, todo parecía más apagado. Los pájaros no cantaban tan fuerte y las flores no brillaban tanto como siempre.
Al llegar a la escuela, vio a sus amigos jugando en el patio. Normalmente, correría a unirse a ellos, pero hoy se quedó parada en la puerta, observándolos desde lejos.
Daniela la vio y corrió hacia ella. "¡Sofía! ¿Qué pasa? Estás muy callada."
Sofía le contó sobre Miau y cómo había desaparecido. Daniela la escuchó con atención, con los ojos llenos de comprensión.
"¡Qué pena, Sofía! Miau es un gatito muy especial. Lo buscaremos juntos después de la escuela", dijo Daniela, tomándola de la mano.
Entraron juntas al salón de clases. La Señorita Elena estaba en la puerta, recibiendo a cada niño con una sonrisa. Cuando vio a Sofía, le guiñó un ojo.
"Buenos días, Sofía. Me alegra verte. Sé que hoy no es un día fácil, pero estoy segura de que juntos podemos hacer que sea un poco mejor."
La sorpresa de la Señorita Elena era un proyecto de arte. Cada niño debía dibujar algo que lo hiciera feliz. Sofía al principio no sabía qué dibujar. Todo le recordaba a Miau. Pero luego, recordó las palabras de su mamá y la sonrisa de Daniela. Decidió dibujar a sus amigos jugando en el patio, con un sol brillante en el cielo.
Mientras dibujaba, sintió que la nube gris sobre su cabeza se hacía un poco más pequeña. Sus amigos se acercaron y le preguntaron sobre Miau. Le contaron historias de sus propias mascotas y de cómo se sentían cuando las perdían. Saber que no estaba sola la hizo sentir mejor.
Después de la escuela, Daniela y Sofía buscaron a Miau por todo el vecindario. Llamaron a su puerta, preguntaron a los vecinos y pegaron carteles con una foto de Miau. Aunque no lo encontraron ese día, Sofía se sintió agradecida de tener a Daniela a su lado.
Esa noche, antes de dormir, Sofía miró su dibujo. El sol brillaba y los niños reían. Aunque la tristeza seguía ahí, ya no era tan pesada. Sabía que Miau podría estar en cualquier lugar, pero también sabía que tenía amigos que la querían y que la ayudarían a encontrarlo.
Al día siguiente, cuando Sofía llegó a la escuela, la Señorita Elena la estaba esperando con una gran sonrisa. "¡Sofía! ¡Tenemos una noticia!", exclamó.
Un vecino había visto el cartel de Miau y lo había llevado a su casa. Miau estaba sano y salvo, jugando con sus hijos.
Sofía corrió a la casa del vecino y abrazó a Miau con todas sus fuerzas. Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, pero esta vez eran lágrimas de alegría.
Ese día, Sofía aprendió que incluso cuando estamos tristes, ir a la escuela puede ser una buena idea. Porque allí encontramos amigos que nos apoyan, maestros que nos inspiran y, a veces, incluso… ¡un arcoíris después de la lluvia!