En el corazón de la selva, donde los árboles se elevaban como gigantes y el sol brillaba intensamente, vivía un enorme elefante llamado Elmer.
Elmer era conocido por su gran tamaño y su apetito aún mayor.
Siempre estaba buscando algo que comer, desde jugosas hojas hasta dulces frutas.
Un día soleado, mientras Elmer paseaba por la selva, su trompa tropezó con algo pequeño y negro.
Era una hormiga, tan diminuta que Elmer casi no la notó.
La hormiga se había perdido y estaba agotada.
Elmer se detuvo y observó a la pequeña criatura.
Podía sentir su hambre y sed.
Pero también sabía que tenía mucha comida y que podía compartirla fácilmente con la hormiga.
Sin embargo, una parte de él quería guardarse toda la comida para sí mismo.
Elmer dudó por un momento.
¿Debería compartir su comida con la hormiga o quedarse con todo para él?
Pensó en lo mucho que él mismo había pasado hambre en el pasado.
Sabía lo que era sentirse desesperado por comida.
Finalmente, la bondad de Elmer venció a su egoísmo.
Decidió compartir su comida con la hormiga.
Le dio un trozo de hoja y un poco de agua.
La hormiga estaba tan agradecida que bailó de alegría.
A partir de ese día, Elmer y la hormiga se hicieron amigos.
La hormiga siempre estaba ahí para ayudar a Elmer, y Elmer siempre estaba ahí para proteger a la hormiga.
Juntos, demostraron que incluso las criaturas más diferentes pueden ser amigas y que compartir siempre es mejor que quedarse con todo para uno mismo.