Confieso que siempre escapé a la idea de acampar por un temor latente: las serpientes.
Ni arañas, ni alacranes, ni lagartijas, nada de eso.
Serpientes.
En invierno, añoraba el verano, sobre todo cuando pasaba por la costa atlántica, y siempre me decía: "cabeza, este verano si, este verano tenes que acampar en Rocha".
Pero otra vez dejaba pasar el tren del verano, marzo estaba ahí con sus lluvias y sus noches tempranas.
Un día tomé coraje, reunimos a mis hijos y le comunicamos el plan.
Fin de semana largo, enero, Santa Teresa nos recibiría como una madre.
La semana antes saqué la carpa del sótano y me dispuse a limpiarla, armarla y verificar que no faltará ni una pieza.
Quedó armadura en el patio, una belleza de carpa.
El día llegó, cargamos el auto, me voy a ahorrar la enumeración de objetos necesarios.
Ya estábamos en la ruta, 17 horas.
Sabiendo lo dificultoso de la ruta nueve, opte por la ocho, luego me interne por caminos vecinales, y a las doce de la noche encontramos Santa Teresa.
Siempre dispuesta a recibirnos, como una madre que recibe a sus hijos tras varias promesas incumplidas de visitas y postergaciones.
La noche estaba cerrada, el viento soplaba con una intensidad inusual en enero.
Encontramos una parcela pequeña, rodeada de carpas.
Apenas pude estacionar.
Cuando nos disponíamos al armado, una muchacha sale de una carpa vecina a ofrecernos una linterna.
Aceptamos.
En veinte minutos estábamos dentro de la carpa, cansados, de mal humor, por el viaje agotador, dispuestos a dormir a pata suelta, lejos de los ruidos de la gran ciudad.
En un momento ense que ninguna serpiente se animaría a visitar un lugar tan concurrido por humanos, y eso me tranquilizó, es decir, creo que fue el último pensamiento que desarrollé, pues me dormí.
Me despertó un quejido que provenía de la carpa contigua, no había dudas que era un ataque de asma, tampoco dudaba que alguien reclamaría a voz en cuello la presencia de un médico, yo soy médico psiquiatra, pero estoy de vacaciones me dije, además nadie sabe que lo soy.
Bueno, yo si lo sé , es decir mi conciencia, y eso tiene más peso que todos las personas dentro del camping.
Pero además, que diablos, y la cruz en la matrícula del auto?
Estaba jugado.
Tendría que brindar asistencia.
Pero lejos de escuchar la voz en cuello solicitando un galeno, se escuchaba a hora a un muchacho con los mismos síntomas, un jadeo que se coordinaba con el de la chica.
No podía dejar de tentarme, la risa se me escapaba hasta por las orejas.
Le apreté la mano a Leticia, que también comenzaba a reírse.
Al amanecer nos levantamos para ir al baño, una buena ducha de agua caliente para descontracturar y preparar unos mates.
Cuando regresamos a la carpa, me sorprendió la chica asmática, sus ojos chiquitos, verdes, su mirada de crucera y yarara, sus labios carnudos, en fin, hermosa chiquilina.
Pero lo que me seguía conmoviendo, dejandome cada vez más intranquilo era su mirada, su permanente aviso de peligro, esa sensación de saber que escondía algo necesario , vital, pero peligroso.
Y mientras tomaba mate, pensaba en eso necesario.
Que era?
Porque estaba nervioso?
Que presentía?
Hacia donde me transportaba en el tiempo pasado?
Estuve cavilando así unas horas, sentado solo debajo de un frondoso árbol.
Era el paraíso.
Sin dudas, el viento había calmado.
Sentía la bondad de la gente en como se organizaban para el uso de las duchas, del baño, de los lavaderos.
Todos se saludaban amablemente.
Estaba hipnotizado, feliz.
En esos pensamientos absortos me encontraba cuando un señor me grita, ehhh, amigo, aparece con cuidado, tiene una serpiente cerquita de su silla!!!
Me paré despacio y seguro, tome un tronco largo y con toda mi fuerza se lo arrojé al reptil que no tuvo tiempo de desatarse de su enroscado cuerpo.
Quedó seca en el pasto.
La tomé con una cara y la arrojé al monte.
Regresé a la ciudad, pero no a trabajar, no puedo concentrarme, no puedo recibir pacientes, no los escucho, me niego a recetar nada.
No puedo sacarme de la cabeza la chica con asma.
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