Érase una vez, en un valle verde y soleado, vivía una joven llamada Cenicienta Granjera. No era como la Cenicienta de los cuentos, ¡no! Esta Cenicienta amaba las vacas, las gallinas y el olor a tierra mojada. Pero su madrastra y sus dos hermanastras, Hortensia y Margarita, la obligaban a hacer todas las tareas de la granja mientras ellas se dedicaban a bordar y chismear.
Un día, llegó a la granja un gato muy peculiar. No era un gato cualquiera; ¡era el famoso Gato con Botas! Vestido con sus botas de cuero brillante, un sombrero emplumado y una espada diminuta, parecía un noble en miniatura. "¡Miauu! Buenos días, señorita," saludó el Gato con Botas con una reverencia. "Mi nombre es Gato, y he oído hablar de su… digamos… situación. ¡Estoy aquí para ayudar!"
Cenicienta Granjera se sorprendió. "¿Ayudarme? ¿Tú? ¿Pero qué puedes hacer?"
El Gato con Botas sonrió, mostrando sus afilados dientes. "¡Oh, muchas cosas, mi querida! Tengo un plan, un plan audaz. Pero necesito tu confianza y… algunos ratones, si es posible."
Cenicienta, aunque escéptica, estaba desesperada. Aceptó la ayuda del Gato con Botas, y juntos comenzaron a tramar. El plan del Gato era ingenioso. Primero, convenció a Cenicienta para que hornease un enorme pastel de manzanas, el favorito del Rey, quien pasaría por el valle al día siguiente. Luego, el Gato con Botas se disfrazó de vendedor ambulante y fue al pueblo, anunciando a los cuatro vientos la llegada del "Pastel Real de la Granja de la Cenicienta".
Al día siguiente, mientras el carruaje real se acercaba a la granja, el Gato con Botas corrió hacia el camino, gritando: "¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Bandidos! ¡Han robado el Pastel Real de la Granja de la Cenicienta!"
El Rey, un hombre justo y amante de los pasteles, ordenó a sus guardias investigar. Cenicienta, siguiendo las instrucciones del Gato, salió de la granja, fingiendo estar desconsolada. "¡Oh, mi pastel! ¡Lo horneé con tanto amor para Su Majestad!", exclamó, con lágrimas (falsas) en los ojos.
El Rey, conmovido por la tristeza de la joven, la invitó a explicar lo sucedido. Cenicienta, con la ayuda del Gato (quien sutilmente la guiaba con maullidos y gestos), relató la historia de su dura vida en la granja, la crueldad de su madrastra y hermanastras, y su pasión por la agricultura.
El Rey, al escuchar la historia de Cenicienta, se sintió profundamente conmovido. No solo le encantó el pastel de manzana (que el Gato, astutamente, había escondido en el bosque y "recuperado"), sino que también admiró la bondad y el espíritu trabajador de Cenicienta.
"¡Esta injusticia debe terminar!", declaró el Rey. Inmediatamente, ordenó que la madrastra y las hermanastras de Cenicienta fuesen reubicadas en una cabaña lejana (donde tendrían mucho tiempo para reflexionar sobre sus acciones) y nombró a Cenicienta Granjera encargada de todas las granjas reales del valle.
Cenicienta Granjera, ahora convertida en una figura importante, gobernó con sabiduría y compasión. Ayudó a los agricultores locales, mejoró las técnicas de cultivo y siempre se aseguró de que todos tuvieran suficiente comida. Y, por supuesto, nunca olvidó al Gato con Botas, quien se convirtió en su consejero más leal y amigo inseparable. Juntos, transformaron el valle en un paraíso agrícola, donde la felicidad y la abundancia florecían por doquier. El Gato con Botas, a pesar de su elegancia, disfrutaba persiguiendo ratones en los campos, recordándole sus humildes comienzos. Cenicienta, aunque ahora vivía en un castillo, nunca dejó de ensuciarse las manos en la tierra, recordando siempre la importancia del trabajo duro y la bondad. Y así, vivieron felices para siempre, demostrando que incluso una Cenicienta Granjera, con la ayuda de un Gato con Botas, podía cambiar el mundo, un pastel de manzana a la vez.