En lo profundo del bosque, donde los árboles tocaban el cielo y el sol se filtraba a través del dosel, vivía un oso de anteojos llamado Anteojos.
A diferencia de otros osos, Anteojos tenía un secreto especial: era el jardinero del bosque.
Cada vez que Anteojos comía una fruta, no solo disfrutaba de su delicioso sabor, sino que también esparcía sus semillas por el bosque.
Estas semillas crecían en nuevos árboles y plantas, creando un hogar para innumerables criaturas.
Un día, mientras Anteojos paseaba por el bosque, se encontró con su amigo el tucán, Pico.
"¡Hola, Anteojos!", dijo Pico.
"¿Sabes que eres muy importante para el bosque?
Eres como un jardinero, esparciendo vida por todas partes".
Anteojos se sorprendió.
Nunca había pensado en sí mismo como un jardinero.
Siguió caminando y se encontró con su amiga la ardilla, Saltarín.
"¡Anteojos!", exclamó Saltarín.
"Gracias a ti, tenemos muchos árboles para saltar y nueces para comer.
¡Eres el mejor jardinero del bosque!".
Anteojos se sintió muy feliz.
Se dio cuenta de que su trabajo como jardinero era esencial para el bienestar de sus amigos y de todo el bosque.
Mientras continuaba su aventura, Anteojos conoció a otros animales que le agradecieron su papel en el ecosistema.
El perezoso, Colgado, le dijo: "Tus semillas nos dan hojas para descansar".
Y el mono, Columpio, añadió: "¡Gracias a ti, tenemos lianas para balancearnos!".
Anteojos se llenó de orgullo.
Entendió que era una parte vital del bosque y que su trabajo como jardinero era esencial para mantener su equilibrio y belleza.
Y así, Anteojos, el oso de anteojos, continuó su aventura como el jardinero del bosque, esparciendo semillas y creando vida en cada paso que daba.