Había una vez, en la brillante y bulliciosa ciudad de Alegría, una niña que perdió su nombre. ¡Sí, lo has oído bien! Un buen día, Lila, que así la llamaban sus padres, se despertó y… ¡puf! Su nombre había desaparecido. Vivía con sus padres en una casa colorida con un jardín lleno de flores que parecían sonreír. Lila tenía muchos amigos: Sofía, la inventora de juegos; Tomás, el cuentacuentos; y Carmen, la reina del escondite.
Pero ahora, cada vez que alguien la llamaba, sentía un cosquilleo extraño en la punta de la nariz y se olvidaba de quién era. "¿Quién soy yo?" se preguntaba Lila, mirando su reflejo en la ventana. Ya no se sentía Lila. Era solo… una niña.
Sus padres, Don Roberto y Doña Elena, estaban muy preocupados. "No te preocupes, cariño," le decía Doña Elena, abrazándola fuerte. "Encontraremos tu nombre. Seguro que se ha perdido por ahí, jugando al escondite." Don Roberto, con su bigote divertido y sus ojos brillantes, añadía: "¡Y nosotros somos los mejores buscadores del mundo!"
Así, comenzó la gran búsqueda del nombre perdido de Lila. Primero, fueron a la Plaza Mayor, donde Lila solía jugar con sus amigos. "¿Habéis visto mi nombre por aquí?" preguntó Lila tímidamente. Sofía, con sus gafas enormes y su pelo despeinado, respondió: "¡No lo he visto! Pero quizás lo hayamos guardado en mi invento secreto!" Abrió una caja llena de engranajes, botones y cables brillantes. "¡Aquí está! ¡El Recuperador de Nombres!" Pero, por más que lo intentaron, el Recuperador de Nombres solo emitía pitidos y destellos extraños.
Luego, fueron al Parque de las Maravillas, donde Tomás contaba historias fantásticas bajo el gran árbol centenario. "Tomás, ¿has oído hablar de un nombre perdido?" preguntó Don Roberto. Tomás, con su voz melodiosa, cerró los ojos y dijo: "Hmmm… Cuentan las leyendas que los nombres a veces se escapan al Bosque de los Ecos. Allí, cada árbol guarda un secreto y cada susurro es una pista."
Decidieron ir al Bosque de los Ecos. El bosque era misterioso y lleno de sombras danzantes. Cada paso resonaba con un eco suave. "¡Hola!" gritó Lila. "¡Hola…hola…hola!" respondieron los árboles. "¿Has visto mi nombre?" preguntó. "¿Nombre…nombre…nombre?" repitieron los ecos. No obtuvieron ninguna respuesta útil.
De repente, Carmen, que siempre iba un paso por delante, gritó: "¡Mirad! ¡Un camino de flores!" Un sendero de margaritas, rosas y tulipanes conducía hacia el interior del bosque. Lo siguieron hasta llegar a un claro donde una anciana de pelo blanco como la nieve tejía una alfombra de colores.
"Buenos días," dijo Doña Elena. "Estamos buscando el nombre perdido de mi hija." La anciana sonrió. "Ah, sí, el nombre perdido. A veces, los nombres se pierden cuando olvidamos quiénes somos realmente. Para encontrarlo, debes recordar lo que te hace especial."
Lila pensó. ¿Qué la hacía especial? Le gustaba dibujar arcoíris después de la lluvia, cantar canciones inventadas a los pájaros y ayudar a su abuela a hacer galletas. Recordó cómo se sentía cuando hacía reír a sus amigos, cuando plantaba una semilla y veía crecer una flor, cuando abrazaba a sus padres con todo su amor.
De repente, sintió un calorcito en el corazón. Una palabra comenzó a formarse en su mente, suave como una pluma, brillante como una estrella. "¡Lila!" exclamó. "¡Mi nombre es Lila!"
Todos la abrazaron, felices de que hubiera recuperado su nombre. La anciana sonrió y le regaló una flor mágica. "Esta flor te recordará siempre quién eres," dijo. "Y te ayudará a nunca olvidar lo especial que eres."
Lila regresó a Alegría con sus padres y sus amigos. Jugó con Sofía, escuchó las historias de Tomás y se escondió con Carmen. Pero ahora, cada vez que alguien la llamaba Lila, sentía una alegría inmensa y sabía que, aunque a veces olvidemos quiénes somos, siempre podemos encontrar el camino de regreso a nosotros mismos. Y así, Lila, la niña que perdió su nombre, vivió feliz para siempre en la ciudad de Alegría, rodeada de amor y amistad, recordando siempre lo especial que era.