En un mundo lleno de colores, vivía un niño llamado Yamil.
Yamil era diferente a los demás niños, su piel era oscura como el chocolate y su cabello era negro como la noche.
Pero en este mundo de colores, la diferencia no era bien recibida.
Los niños se burlaban de Yamil, lo llamaban nombres feos y lo excluían de sus juegos.
Yamil estaba triste y solo.
Un día, mientras Yamil caminaba por el parque, vio a un grupo de niños jugando.
Quería unirse a ellos, pero sabía que se burlarían de él.
Sin embargo, esta vez, algo fue diferente.
Una niña llamada Sofía se acercó a Yamil.
Tenía la piel clara y el cabello rubio, pero sus ojos brillaban con amabilidad.
"¿Quieres jugar con nosotros?", preguntó Sofía.
Yamil se sorprendió.
Nunca nadie le había preguntado eso antes.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Yamil dijo que sí.
Los niños jugaron juntos durante horas, riendo y compartiendo historias.
A partir de ese día, todo cambió para Yamil.
Se dio cuenta de que no importaba el color de su piel o la textura de su cabello.
Lo que realmente importaba era su corazón y su capacidad para ser amable.
Y así, Yamil aprendió que en el mundo de los colores, la verdadera belleza no se encuentra en las diferencias externas, sino en la unidad y el amor que compartimos.