Había una vez un niño llamado Mateo que era diferente a todos los demás.
Tenía el pelo verde y las orejas puntiagudas, y a los demás niños les costaba entenderlo.
Se burlaban de él y lo llamaban nombres, lo que hacía que Mateo se sintiera triste y solo.
Un día, Mateo estaba caminando por el bosque cuando se encontró con una sabia búho.
La lechuza le dijo a Mateo que no debía avergonzarse de su diferencia, sino que debía abrazarla.
Le dijo que su diferencia lo hacía especial y único.
Mateo pensó en las palabras de la lechuza y comenzó a sentirse mejor consigo mismo.
Decidió que no dejaría que los demás niños lo hicieran sentir mal por ser diferente.
En cambio, se mantendría firme y les mostraría que estaba orgulloso de quien era.
Al día siguiente, cuando los niños se burlaron de Mateo, él no se enfadó.
En cambio, sonrió y dijo: "Estoy orgulloso de ser diferente.
Me hace especial".
Los niños se sorprendieron por la respuesta de Mateo.
No estaban acostumbrados a que él se defendiera.
Empezaron a darse cuenta de que Mateo no era tan diferente después de todo.
De hecho, era bastante genial.
Poco a poco, los niños dejaron de burlarse de Mateo y empezaron a aceptarlo por lo que era.
Mateo estaba feliz de haber aprendido a abrazar su diferencia.
Se dio cuenta de que ser diferente no era algo malo, sino algo que lo hacía único y especial.