El Niño que Conversaba con las Estrellas Fugaces

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Una vez, había un niño que iba caminando. Se llamaba Mateo y vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos de trigo dorados. A Mateo le encantaba caminar solo, explorando los senderos entre los árboles y observando a las mariposas danzar en el aire. Pero lo que más le gustaba era la noche. Cada noche, Mateo subía a la colina más alta cerca de su casa y se sentaba bajo el manto estrellado, esperando ver una estrella fugaz.

Un día, mientras caminaba por el bosque, Mateo encontró un objeto brillante escondido entre las raíces de un viejo roble. Era una pequeña caja de madera, adornada con incrustaciones de nácar que brillaban con la luz del sol filtrada entre las hojas. Mateo abrió la caja con cuidado y encontró dentro una nota enrollada y una pequeña piedra lisa de color azul celeste. La nota decía: "Para el niño que escucha a las estrellas".

Intrigado, Mateo guardó la piedra y la nota en su bolsillo y continuó su camino. Esa noche, subió a la colina como de costumbre, llevando consigo la piedra azul. Se sentó en su lugar favorito, mirando al cielo oscuro salpicado de miles de puntos luminosos. De repente, una estrella fugaz cruzó el cielo, dejando una estela brillante a su paso. Mateo, impulsado por una fuerza invisible, sacó la piedra azul y la sostuvo en su mano.

"¡Hola!" gritó Mateo a la estrella fugaz. Para su asombro, escuchó una voz suave y melodiosa que respondía desde el cielo.

"Hola, Mateo," dijo la voz. "Soy Celesta, una estrella fugaz. He estado esperando conocerte."

Mateo no podía creer lo que estaba pasando. Había hablado con una estrella fugaz. Le preguntó a Celesta cómo sabía su nombre.

"La piedra azul es un regalo de las estrellas," explicó Celesta. "Nos permite comunicarnos con aquellos que tienen un corazón puro y están dispuestos a escuchar."

Mateo y Celesta hablaron durante horas. Mateo le contó sobre su pueblo, sus amigos, y sus sueños. Celesta le contó sobre el universo, las galaxias lejanas, y las constelaciones que formaban dibujos mágicos en el cielo nocturno. Le explicó que cada estrella fugaz era un deseo cumplido, una esperanza realizada.

Desde esa noche, Mateo subía a la colina todas las noches para hablar con Celesta. Se hicieron grandes amigos. Celesta le enseñó a Mateo a ver el mundo con nuevos ojos, a apreciar la belleza de la naturaleza, y a nunca dejar de soñar. Mateo, a su vez, le contaba a Celesta historias sobre la Tierra, sobre la alegría de la amistad, y sobre la importancia de cuidar el planeta.

Un día, Celesta le contó a Mateo que tenía que partir. Su viaje por el cielo estaba llegando a su fin y debía regresar a su hogar en la galaxia lejana. Mateo se sintió muy triste, pero sabía que era inevitable.

"Te extrañaré mucho, Celesta," dijo Mateo con la voz temblorosa.

"Yo también te extrañaré, Mateo," respondió Celesta. "Pero recuerda siempre mirar al cielo y buscarme. Siempre estaré ahí, en alguna parte, brillando para ti."

Celesta le regaló a Mateo una última cosa: una pequeña semilla de estrella. "Planta esta semilla en tu jardín," le dijo Celesta. "Crecerá y se convertirá en un árbol que te recordará siempre nuestra amistad."

Celesta se despidió con un brillo intenso y luego desapareció en la inmensidad del espacio. Mateo regresó a su casa con el corazón apesadumbrado, pero también lleno de gratitud por haber conocido a una amiga tan especial.

Al día siguiente, Mateo plantó la semilla de estrella en su jardín. La regó con cuidado y esperó pacientemente. Al cabo de unos días, la semilla germinó y comenzó a crecer un pequeño brote. Con el tiempo, el brote se convirtió en un árbol hermoso y majestuoso, cuyas hojas brillaban con un suave resplandor plateado.

Mateo nunca olvidó a Celesta. Cada noche, subía a la colina y se sentaba bajo el árbol de estrella, recordando las conversaciones que había tenido con su amiga estelar. Y aunque Celesta ya no estaba allí físicamente, Mateo sabía que su espíritu vivía en el árbol, en las estrellas, y en su corazón.

El árbol de estrella se convirtió en un símbolo de esperanza y amistad para todo el pueblo. Los niños jugaban bajo su sombra, los ancianos se sentaban en sus raíces a contar historias, y los enamorados se juraban amor eterno a su lado. Y cada vez que alguien miraba al cielo nocturno, recordaba la historia de Mateo y la estrella fugaz, y se daba cuenta de que la magia y la amistad pueden encontrarse en los lugares más inesperados.

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Publicado el 04/07/2025

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