Había una vez, en la ciudad de Copenhague, un niño llamado Emil que vivía en una casita roja junto a los canales.
Emil tenía una bicicleta azul que usaba para recorrer la ciudad, pero lo que más le gustaba era escuchar las canciones tradicionales danesas que su abuela tocaba en su violín.
Una mañana, mientras desayunaba un pedazo de rugbrød (pan negro) con queso, su abuela le dijo:
—Hoy tocaré en el Tivoli, el parque más mágico de Copenhague.
Quiero que vengas a verme.
—¡Sí, abuela!— dijo Emil emocionado.
—Quiero escuchar tu música y montar en las atracciones.
Su abuela sonrió y añadió:
—Pero cuidado, Emil.
En el Tivoli, a veces aparecen personajes mágicos como el duendecillo Nisse o la Sirenita.
Si los ves, salúdalos con respeto, porque les encanta bailar al ritmo de la música.
Cuando Emil llegó al Tivoli, el parque estaba lleno de luces, flores y sonidos de risas.
Emil escuchó a su abuela afinando el violín en el escenario principal.
Pero justo cuando iba hacia ella, algo le llamó la atención.
En un rincón del parque, junto a un carrusel, vio a un pequeño duende con un gorro rojo puntiagudo.
Era el famoso Nisse, que estaba sentado sobre un barril, tarareando una melodía.
—Hola, Nisse —dijo Emil tímidamente.
—Hola, Emil —respondió el duende con una sonrisa traviesa—.
¿Sabes bailar?
—¡Claro que sí!
—dijo Emil, y empezó a mover los pies.
El Nisse comenzó a tocar una pequeña flauta, y de repente, ¡aparecieron más personajes mágicos!
La Sirenita salió de una fuente cercana, el soldadito de plomo bajó de un puesto de caramelos, y todos comenzaron a bailar juntos.
Pero algo extraño sucedió: la música del Nisse empezó a ir demasiado rápido, y Emil tropezó.
El duendecillo se rió, pero luego le ayudó a levantarse.
—Perdona, Emil.
A veces me emociono demasiado.
Vamos al escenario de tu abuela.
Su violín nos calmará.
Cuando llegaron, la abuela de Emil ya estaba tocando una canción tradicional danesa llamada "Jeg gik mig over sø og land".
Al escucharla, todos se detuvieron y comenzaron a moverse lentamente al ritmo de la música.
La Sirenita sonrió, el Nisse dejó su flauta, y hasta el soldadito de plomo se quitó el sombrero para aplaudir.
Emil miró a su abuela con orgullo y empezó a cantar junto a ella.
Esa noche, todo el Tivoli estuvo lleno de alegría, música y risas.
Cuando Emil volvió a casa, le dijo a su abuela:
—Hoy aprendí que la música puede unir a todos, incluso a los personajes mágicos.
Y desde entonces, Emil siempre llevó una melodía en su corazón mientras pedaleaba por las calles de Copenhague.