Rafaella, como todos los días, esperaba después del almuerzo para salir a recoger flores con sus grandes amigos Maria Fernanda, Paula y Javier. Las recogían de un cercano bosque de la casa de sus abuelos. Recogían rosas, margaritas, orquídeas y otras flores que adornaban los hermosos floreros de la casa de su abuela, así como la de sus amigos. Les encantaba ver los colores vibrantes llenando cada rincón con alegría.
Un día, Rafaella y sus amigos decidieron internarse un poco más en el bosque, a ver si encontraban otro tipo de flores. Pero grande fue su sorpresa cuando una pequeña mariposa, que estaba posada sobre una margarita, les dijo: “Niños, los he visto que vienen todos los días a recoger flores”. Ellos asintieron y Rafaella le contestó: “Son para la casa de mi abuela y la de mis amigos, ya que tenemos hermosos floreros y son dignos de que siempre estén con flores, ya que en casa representan la alegría”. Y sonrieron, imaginando la felicidad que las flores traerían.
La Mariposita les dijo: “Ustedes realmente no saben las bellas flores en las cuales nosotros nos posamos diariamente con mi familia”. Rafaella le dijo: “¿Y dónde queda ese sitio?”. “Síganme y verán un mundo de flores que jamás se podrán imaginar”, les dijo la mariposita, agitando sus alas con entusiasmo.
Rafaella y sus amigos comenzaron a seguir a la mariposita y grande fue su sorpresa, porque esta los llevó hasta la entrada de una gran cueva de aspecto misterioso. La Mariposita ingresó y les dijo: “Síganme”. Rafaella les dijo a sus amigos: “¿Y no será peligroso seguir a nuestra amiga mariposita?”, y se miraron entre ellos, con un poco de incertidumbre. Javier, que era el más avezado, les dijo: “No creo que sea peligroso, pero entremos con cuidado”.
Es así que, siguiendo a la mariposita, se internaron en la cueva misteriosa. Mientras caminaban y entraban más en la cueva, vieron cómo las paredes de dicha cueva se iban alumbrando con las miles de luciérnagas que vivían ahí. Realmente era un espectáculo inimaginable, como un cielo estrellado dentro de la tierra, y les iban alumbrando el camino. Las luciérnagas parecían bailar, creando patrones de luz hipnóticos. Después de un rato, llegaron al otro lado de la cueva, y lo que vieron en ese momento realmente no lo podían creer. Salieron hacia campos que tenían flores de todo tipo y de todos los colores. Flores que brillaban, flores que cantaban, flores que nunca antes habían visto.
La Mariposita les dijo: “Bienvenidos a mi hogar”. Ella vivía con miles de mariposas, todas ellas felices porque aprovechaban la naturaleza al máximo. Mariposas de todos los tamaños y colores revoloteaban entre las flores, creando un ballet aéreo de belleza sin igual. El aire estaba lleno de un dulce perfume que embriagaba los sentidos.
Rafaella y sus amigos pudieron ver lo hermosa que es la naturaleza, la belleza de un mundo de colores y formas que nunca habían visto. Se sentían abrumados por la abundancia y la magia del lugar. Pensaron: “Éste será nuestro secreto, porque si no, vienen otras personas y malograrán este sitio tan bello”. Se prometieron proteger este paraíso secreto.
Es así que los niños recogieron las flores más bellas del universo, flores que parecían joyas preciosas, y le agradecieron a su amiga mariposita por haberles permitido conocer un paraje tan bello. Prometieron regresar pronto, pero siempre con el máximo cuidado y respeto por la naturaleza.
Decidieron regresar a casa, pasando nuevamente por la cueva misteriosa, y con las luciérnagas que no dejaban de alumbrar su camino. Sentían que llevaban un tesoro en sus manos. La cueva, ahora, les parecía menos misteriosa y más como un portal mágico. Llegando a sus casas, pusieron las hermosas flores recogidas en los jarrones ante el asombro de sus familias. Los jarrones parecían iluminarse con la belleza de las flores.
A pesar de que les preguntaron de dónde habían recogido las flores, ellos lo mantuvieron en secreto. Sabían que era importante proteger el hogar de la mariposita y sus amigas. En cambio, les contaron a sus familias sobre la importancia de cuidar la naturaleza y apreciar la belleza que nos rodea. Desde ese día, Rafaella, Maria Fernanda, Paula y Javier continuaron recogiendo flores en el bosque cercano, pero siempre recordando el secreto de la Cueva Mágica y la Mariposa Luminosa, y cuidando el bosque como si fuera su propio jardín secreto. Cada vez que veían una mariposa, le sonreían, sabiendo que compartían un vínculo especial con el mundo mágico que habían descubierto.