Mikaela, Narumi y yo, Sofía, éramos las mejores amigas del mundo. Un día, decidimos aventurarnos a explorar una cueva muy oscura que habíamos visto cerca del bosque. Sabíamos que era un poco peligroso, pero la curiosidad era más fuerte que el miedo. Llevamos nuestras linternas y mochilas llenas de galletas y agua. Al principio, todo era risas y bromas. Imitábamos voces de monstruos y nos hacíamos cosquillas. El eco de la cueva hacía que todo fuera aún más divertido.
Pero de repente, en medio de nuestras risas, escuchamos un sonido extraño. Era como un silbido suave, pero muy profundo. ¡Brrrrr! Nos quedamos heladas. El silbido resonó por toda la cueva y nos miramos con los ojos muy abiertos. El miedo empezó a apoderarse de nosotras.
"¿Qué fue eso?" susurró Narumi, temblando un poco.
"No lo sé," respondí yo, tragando saliva. "Pero no me gusta nada."
Mikaela, que siempre era la más valiente, intentó mantener la calma. "Seguro que es solo el viento," dijo, aunque su voz también sonaba un poco temblorosa. "No hay que asustarse."
Pero una hora después, el mismo sonido volvió a sonar. ¡Era el mismo silbido, solo que ahora parecía más fuerte y más cercano! ¡Brrrrr! Esta vez, no pudimos evitar gritar de miedo. Nos abrazamos las tres, temblando como hojas. El eco de nuestros gritos llenó la cueva, haciendo que el silbido pareciera aún más amenazante.
Decidimos que lo mejor era escondernos. Corrimos lo más profundo que pudimos en la cueva, buscando un lugar seguro. Encontramos un pequeño hueco detrás de una gran roca y nos metimos allí, acurrucadas unas contra otras. La oscuridad era total y el silencio, interrumpido solo por nuestros corazones que latían con fuerza, era ensordecedor.
"¿Qué vamos a hacer?" preguntó Narumi, con la voz entrecortada por el llanto. "No podemos salir de aquí."
"Tenemos que mantener la calma," dijo Mikaela, intentando sonar segura, aunque sabía que era muy difícil. "Alguien vendrá a buscarnos."
Pero el tiempo pasaba y nadie venía. La oscuridad parecía volverse más densa y el silbido, aunque no lo volvíamos a escuchar, seguía resonando en nuestras cabezas. Empezamos a gritar pidiendo ayuda, pero nuestras voces se perdían en la inmensidad de la cueva. La desesperación empezaba a apoderarse de nosotras.
De repente, cuando ya creíamos que no había esperanza, todo empezó a temblar. La tierra temblaba bajo nuestros pies y las rocas del techo empezaron a caer. ¡CRASH! ¡BANG! ¡RUMBLE! La cueva se estaba derrumbando. Nosotras gritamos de terror, pensando que íbamos a morir aplastadas.
Y entonces, en medio del caos y el polvo, vimos algo enorme. Era una sombra gigantesca que se movía entre las rocas. No podíamos distinguir qué era, pero sabíamos que era algo muy, muy grande y aterrador.
Sin pensarlo dos veces, salimos corriendo del hueco en el que estábamos escondidas. Corrimos lo más rápido que pudimos, tropezando y cayéndonos entre las rocas. La cueva se estaba derrumbando a nuestro alrededor y la sombra gigantesca nos perseguía. Fue una carrera desesperada por nuestras vidas.
Al final, logramos llegar a la entrada de la cueva. Salimos corriendo a la luz del sol, con el corazón latiendo a mil por hora. Nos caímos al suelo, exhaustas y asustadas, pero vivas. Nos abrazamos las tres, llorando de alivio.
Estábamos llenas de rasguños y moretones por las caídas, pero eso no importaba. Lo importante era que habíamos escapado de la cueva oscura y del silbido misterioso. Nunca supimos qué era la sombra gigantesca que vimos, pero desde ese día, prometimos no volver a acercarnos a esa cueva. Aprendimos que la aventura es divertida, pero que la seguridad es lo primero. Y que la amistad, en los momentos difíciles, es lo más valioso que tenemos.
Desde ese día, siempre recordamos la aventura en la cueva oscura, no como una broma, sino como una gran lección. Y aunque a veces nos da un poco de miedo pensar en el silbido misterioso, también nos hace reír y nos une aún más como amigas. ¡Porque juntas, podemos superar cualquier cosa!