En un reino lejano, donde las estrellas brillaban intensamente y las nebulosas se arremolinaban como remolinos cósmicos, vivía un toro valiente llamado Tauro.
Tauro tenía un corazón de oro y una fuerza inigualable, pero su mayor pasión era contemplar el cielo nocturno.
Noche tras noche, Tauro salía al campo y miraba hacia arriba, maravillado por la belleza de las estrellas.
Conocía cada constelación, cada estrella brillante y cada nebulosa misteriosa.
Pero había una estrella en particular que siempre le llamaba la atención: una estrella fugaz.
Según la leyenda, las estrellas fugaces concedían deseos a quienes las veían pasar.
Tauro deseaba con todo su corazón ser el toro más fuerte y valiente de todos los reinos.
Y así, cada vez que veía una estrella fugaz, cerraba los ojos y pedía su deseo.
Una noche, mientras Tauro miraba el cielo, vio una estrella fugaz particularmente brillante.
Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas.
Para su sorpresa, su deseo se hizo realidad.
De repente, sintió una oleada de fuerza y valentía recorriendo su cuerpo.
Tauro se puso de pie y rugió con fuerza, su voz resonando por todo el reino.
Todos los demás toros escucharon su rugido y se llenaron de miedo.
A partir de ese día, Tauro se convirtió en el toro más fuerte y valiente de todos los reinos.
Pero Tauro nunca olvidó su deseo.
Siempre miraba al cielo nocturno, agradecido por la estrella fugaz que le había concedido su sueño.
Y cada vez que veía una estrella fugaz, cerraba los ojos y pedía un nuevo deseo, siempre con la esperanza de que sus sueños se hicieran realidad.