En una cocina silenciosa, vivía un vaso solitario llamado Vaso.
Día tras día, observaba cómo los humanos usaban y abusaban de él, pero él permanecía inerte, un mero objeto.
Sin embargo, en lo profundo de su corazón, Vaso albergaba un secreto anhelo: cobrar vida.
Y así, llegó un martes lluvioso, un día mágico en el que todo cambió.
Mientras Vaso yacía en el fregadero, sintió un extraño cosquilleo.
De repente, sus paredes de vidrio temblaron y se abrieron, revelando una pequeña criatura de cristal.
¡Vaso había cobrado vida!
Emocionado, Vaso saltó del fregadero y comenzó a explorar su nueva existencia.
Pero no estaba solo.
Alrededor de él, otros objetos de cocina también despertaban: la tetera, el cucharón, el cuchillo y la cuchara.
Todos habían sido tocados por la magia del martes lluvioso.
Juntos, los objetos decidieron celebrar su nueva vida.
El Rey de los Objetos, un viejo y sabio hervidor de agua, les ordenó guardar silencio para que los humanos no los descubrieran.
Pero la emoción era demasiado grande.
Cantaron, bailaron y jugaron hasta altas horas de la noche.
Sin embargo, su algarabía despertó a los humanos.
Al día siguiente, encontraron los objetos en un estado deplorable: rotos, abollados y sucios.
Furiosos, los humanos decidieron tirar los objetos a la basura.
Vaso y sus amigos fueron arrojados a un contenedor frío y oscuro.
Tristeza y desesperación se apoderaron de ellos.
Su sueño de libertad había durado tan poco.