Fandanguín era un pequeño fandango, ¡sí, un fandango con pies y manos! Vivía en Huelva y amaba la música y el baile. Un día, decidió emprender un viaje para descubrir los secretos del fandango en toda la provincia. "¡Voy a aprender todos los fandangos de Huelva!", exclamó, ajustándose su pequeño sombrero cordobés.
Su primera parada fue Zalamea la Real. Al llegar, la plaza del pueblo estaba llena de gente, lista para bailar. Una señora mayor, con una falda de lunares y un clavel rojo en el pelo, le invitó a unirse. "¡Bienvenido, Fandanguín! Aquí bailamos el fandango de Zalamea, con mucho salero y alegría!" Le enseñó los pasos: un zapateado rápido y giros elegantes. La letra decía: "En Zalamea nací, tierra de minas y sol, con fandangos en el alma, ¡que alegran el corazón!". Fandanguín bailó con entusiasmo, aprendiendo cada paso y cada palabra.
Luego, Fandanguín siguió su camino hacia Almonaster la Real. Este pueblo, con sus casas blancas y su mezquita en la cima, era encantador. Allí, un grupo de niños tocaba la guitarra y cantaba. Le enseñaron el fandango de Almonaster, más suave y melancólico. "Nuestro fandango es como el viento que susurra entre las encinas", explicaron. La letra decía: "Almonaster, blanca villa, con tu castillo mirando al cielo, el fandango te canta, ¡con amor y consuelo!". Fandanguín sintió la magia del fandango de Almonaster, una melodía que hablaba de historia y tradición.
Su siguiente destino fue Encinasola, un pueblo rodeado de dehesas y encinas. Allí, conoció a un pastor que tocaba la flauta. Él le enseñó el fandango de Encinasola, un baile enérgico y lleno de vitalidad. "Nuestro fandango es como el galope de los caballos salvajes", dijo el pastor. La letra decía: "Encinasola, tierra brava, con tus encinas y tu ganado, el fandango te celebra, ¡con fuerza y empuje desatado!". Fandanguín zapateó con fuerza, sintiendo la energía del fandango de Encinasola.
Después, llegó a Calañas, un pueblo con un rico patrimonio minero. Aunque no encontró un fandango específico del pueblo, aprendió sobre la historia de la música en la zona, influenciada por los mineros y sus cantos. Siguió hacia Cerro del Andévalo, donde un grupo de agricultores le esperaba con sus guitarras. Le enseñaron el fandango de Cerro, un baile pausado y reflexivo. "Nuestro fandango es como la tierra que nos da el sustento", dijeron. La letra decía: "Cerro del Andévalo, tierra de labradores, con fandangos en el alma, ¡sembrando sueños y amores!". Fandanguín sintió la calma y la conexión con la tierra en el fandango de Cerro.
En Cabezas Rubias, un pueblo pequeño pero lleno de encanto, Fandanguín conoció a una abuela que le contó historias del pasado, aunque no tenían un fandango propio, si que se bailaba el fandango de otros pueblos vecinos. Luego, continuó hacia Alosno, famoso por sus fandangos. Allí, aprendió diferentes estilos y variantes del fandango alosnero, cada uno con su propio ritmo y letra. La gente de Alosno le explicó la importancia del fandango en su cultura y tradiciones.
Antes de regresar a Huelva, Fandanguín hizo una parada especial en Valverde del Camino. Quería visitar a Don Manuel, el lutier de la Rosa, un famoso constructor de guitarras. Don Manuel le mostró cómo se construía una guitarra flamenca y le contó la importancia de este instrumento para el fandango. "La guitarra es el alma del fandango", dijo Don Manuel, "sin ella, el fandango no podría existir".
Finalmente, Fandanguín regresó a Huelva, lleno de nuevas experiencias y conocimientos. Decidió organizar un gran festival en Zalamea la Real para mostrar la riqueza del fandango de toda la provincia. Creó tres stands: uno dedicado al fandango de Zalamea la Real, otro al fandango de Almonaster la Real, y un tercero al fandango de Encinasola y Cerro del Andévalo. La gente bailó y cantó con alegría, celebrando la diversidad y la belleza del fandango onubense. Fandanguín, orgulloso, bailó con todos, compartiendo su amor por la música y el baile. ¡Y así, el fandango de Huelva siguió vivo, gracias a la aventura musical de Fandanguín!