En el corazón de un bosque frondoso, vivía Fernanda, una niña curiosa y aventurera. A Fernanda le encantaba explorar el bosque que rodeaba su casa, buscando tesoros escondidos y charlando con los animales. Un día, mientras seguía el canto de un pájaro desconocido, Fernanda se adentró más de lo habitual en el bosque. El aire se volvió más frío y los árboles, cubiertos de una escarcha brillante, parecían susurrar secretos. De repente, escuchó un débil sollozo.
Siguiendo el sonido, Fernanda encontró a un pequeño reno temblando bajo un pino nevado. El reno era diferente a cualquier otro que hubiera visto. Sus astas brillaban con un suave resplandor azul y sus ojos, grandes y marrones, estaban llenos de tristeza. "¿Estás bien?" preguntó Fernanda, acercándose con cautela. El reno levantó la vista y respondió con un tembloroso "No. Me llamo Baltazar y me he perdido. Vengo del Polo Norte."
Fernanda se sorprendió mucho. ¡Un reno del Polo Norte en su bosque! "¿El Polo Norte? ¡Eso está muy lejos! No te preocupes, Baltazar. Te ayudaré a volver a casa," prometió Fernanda con valentía. Baltazar miró a Fernanda con incredulidad. "¿De verdad? Pero… ¿cómo? El Polo Norte está a miles de kilómetros."
Fernanda sonrió. "No lo sé, pero lo averiguaremos juntos. Primero, necesitas comer algo para recuperar fuerzas." Fernanda llevó a Baltazar a su casa, donde le ofreció zanahorias frescas y agua tibia. Baltazar comió con ganas, sintiéndose un poco más animado. La abuela de Fernanda, una mujer sabia y bondadosa, escuchó la historia de Baltazar con atención. "El Polo Norte está muy lejos, ciertamente," dijo la abuela, "pero con confianza y un poco de ingenio, todo es posible. Debemos encontrar un camino."
La abuela sugirió consultar un viejo mapa que guardaba en el ático. El mapa, lleno de polvo y arrugas, mostraba rutas antiguas y lugares misteriosos. Después de examinarlo cuidadosamente, Fernanda descubrió una ruta que, según el mapa, conducía hacia el norte, pasando por montañas nevadas y ríos helados. "Esta podría ser nuestra oportunidad," exclamó Fernanda emocionada. "Pero el viaje será largo y peligroso," advirtió la abuela. "Necesitarán provisiones, ropa abrigada y, sobre todo, confianza el uno en el otro."
Fernanda y Baltazar pasaron los siguientes días preparándose para el viaje. La abuela les cosió abrigos gruesos y les preparó un saco lleno de comida. Fernanda aprendió a montar a Baltazar y a guiarlo a través del bosque. Al principio, Baltazar estaba asustado y dudaba de sus habilidades. Pero Fernanda lo animaba constantemente, diciéndole que era fuerte y valiente. Poco a poco, Baltazar empezó a confiar en Fernanda y en sí mismo.
Finalmente, llegó el día de la partida. Fernanda y Baltazar se despidieron de la abuela y se adentraron en el bosque, siguiendo la ruta marcada en el mapa. El camino era difícil y lleno de obstáculos. Tuvieron que escalar montañas empinadas, cruzar ríos helados y enfrentarse a fuertes vientos. Pero Fernanda y Baltazar nunca se rindieron. Trabajaron juntos, apoyándose mutuamente en cada paso del camino.
Una noche, mientras acampaban bajo las estrellas, Baltazar le confesó a Fernanda: "Al principio, no creía que pudiera lograrlo. Pero tú me has dado esperanza y confianza. Gracias, Fernanda." Fernanda sonrió. "No tienes que agradecerme, Baltazar. Somos amigos y los amigos siempre se ayudan mutuamente."
Después de muchas semanas de viaje, el paisaje empezó a cambiar. Los árboles desaparecieron y el suelo se cubrió de nieve y hielo. El aire se volvió gélido y el sol brillaba con menos intensidad. Fernanda y Baltazar sabían que estaban cerca del Polo Norte. De repente, vieron a lo lejos una luz brillante. A medida que se acercaban, la luz se hizo más intensa, revelando un hermoso pueblo de hielo, iluminado por miles de luces de colores. ¡Era el hogar de Baltazar!
Al llegar al pueblo, Baltazar fue recibido con alegría por su familia y amigos. Estaban muy preocupados por su desaparición y no podían creer que hubiera regresado sano y salvo. Baltazar les presentó a Fernanda, contándoles la historia de su aventura y cómo ella le había ayudado a volver a casa. Todos le agradecieron a Fernanda su valentía y bondad.
Antes de despedirse, Baltazar le regaló a Fernanda un pequeño copo de nieve mágico. "Este copo de nieve te recordará siempre nuestra amistad," dijo Baltazar. "Y cada vez que te sientas sola o asustada, recuerda que tienes un amigo en el Polo Norte." Fernanda abrazó a Baltazar con fuerza y prometió nunca olvidarlo. Con el corazón lleno de alegría y gratitud, Fernanda emprendió el camino de regreso a su casa, sabiendo que había vivido una aventura inolvidable y que había encontrado un amigo para toda la vida. El copo de nieve brillaba suavemente en su mano, recordándole la importancia de la amistad y la confianza.