Había una vez, en un castillo altísimo con torres puntiagudas y murciélagos juguetones, un vampiro llamado Iván. Iván era un vampiro muy especial. No le gustaba la sangre. ¡Puaj! ¡Qué asco! Prefería, con diferencia, el jugo de tomate fresquito y crujientes zanahorias.
Iván tenía una esposa encantadora, Cinthia, que también era vampira. A Cinthia le gustaba vestirse con vestidos largos y brillantes, y coleccionaba piedritas brillantes que encontraba en el jardín. Y tenían dos hijos adorables: Lucas, un niño curioso con gafas redondas, y Emma, una niña traviesa con dos coletas rojas que siempre estaban alborotadas.
Vivían felices en su castillo, aunque Iván tenía un pequeño secreto: ¡era vegetariano! Le daba mucha vergüenza admitirlo, porque todos los demás vampiros de la región se burlarían de él. Así que, cada vez que iban a las fiestas de vampiros, Iván escondía botellas de jugo de tomate en su capa y pretendía beber sangre, haciendo ruidos de "¡glu glu!" muy convincentes.
Un día, la abuela Vampira, una señora muy anciana y con colmillos enormes, anunció que iba a visitarles. La abuela Vampira era muy estricta y tradicional. ¡Si se enteraba del secreto de Iván, seguro que le castigaría con un año sin volar por la noche!
Iván estaba muy preocupado. Cinthia, Lucas y Emma intentaron animarle. "¡No te preocupes, papá!", dijo Lucas. "¡Inventaremos algo!", exclamó Emma.
Cinthia tuvo una idea brillante. "Prepararemos una cena especial para la abuela. ¡Una cena vegetariana deliciosa! Le diremos que es una receta antigua de nuestra familia".
Así que se pusieron manos a la obra. Lucas y Emma recogieron las zanahorias más grandes del huerto. Cinthia preparó una tarta de calabaza con canela que olía a gloria. E Iván hizo su famoso jugo de tomate, añadiéndole un toque secreto de remolacha para que pareciera más rojo y sangriento.
Cuando llegó la abuela Vampira, estaba muy seria y con el ceño fruncido. Pero en cuanto probó la tarta de calabaza, sus ojos se iluminaron. "¡Qué delicia!", exclamó. "Nunca había probado algo tan rico".
Luego, probó el jugo de tomate. "¡Hmm!", dijo. "¡Este jugo es muy sabroso! ¿Cuál es tu secreto, Iván?".
Iván tragó saliva. "Bueno, abuela", dijo, con la voz temblorosa. "Le añado un poquito de… remolacha".
La abuela Vampira sonrió. "¡Remolacha! ¡Qué ingenioso! Yo también le echo remolacha a mi jugo de tomate. ¡Es mi ingrediente secreto!"
Iván se quedó boquiabierto. "¿De verdad, abuela? ¿A usted también le gusta el jugo de tomate?".
"¡Por supuesto!", dijo la abuela Vampira. "La sangre es muy aburrida. El jugo de tomate es mucho más refrescante y saludable".
Iván se sintió aliviado y feliz. ¡No era el único vampiro vegetariano del mundo! Y la abuela Vampira no le iba a castigar. Al contrario, le felicitó por su ingenio y por preparar una cena tan deliciosa.
Desde ese día, Iván dejó de esconder su secreto. Incluso convenció a algunos de sus amigos vampiros para que probaran el jugo de tomate. Y, para sorpresa de todos, ¡les encantó! El castillo de Iván se convirtió en el lugar más popular para las fiestas, donde todos disfrutaban de jugo de tomate, tarta de calabaza y mucha diversión.
Lucas y Emma estaban muy orgullosos de su papá. Habían aprendido que ser diferente no es algo malo. Al contrario, ¡puede ser algo maravilloso! Y la abuela Vampira aprendió que a veces, las tradiciones pueden cambiar y que probar cosas nuevas puede ser muy emocionante.
Y así, Iván el Vampiro Vegetariano, Cinthia, Lucas, Emma y la abuela Vampira vivieron felices para siempre, bebiendo jugo de tomate y comiendo zanahorias en su castillo con torres puntiagudas y murciélagos juguetones.