En un hermoso y soleado día, María, una niña alegre y aventurera, se subió a su caballo favorito, Relámpago.
Juntos, salieron a explorar los verdes prados que rodeaban su casa.
María cabalgó con gracia y confianza, sintiendo el viento en su cabello y la emoción en su corazón.
Relámpago era un caballo noble y obediente, y juntos formaban un equipo perfecto.
Pero mientras galopaban por el campo, María perdió el equilibrio y cayó del caballo.
Se golpeó la rodilla y sintió un dolor agudo.
Relámpago se detuvo de inmediato, preocupado por su joven jinete.
María se levantó con dificultad y trató de caminar, pero el dolor era demasiado intenso.
Relámpago se acercó a ella y la miró con sus grandes ojos oscuros, como si quisiera consolarla.
María sabía que necesitaba ayuda, así que montó en Relámpago y regresaron a casa.
Su madre, al verla llegar, se preocupó y la llevó al médico del pueblo.
El médico examinó la rodilla de María y le dijo que tenía un esguince.
Le vendó la rodilla y le dio unas muletas para ayudarla a caminar.
María estaba triste por no poder correr y jugar como antes, pero sabía que tenía que seguir las instrucciones del médico.
Se apoyó en sus muletas y poco a poco fue recuperando la movilidad.
Con el paso de los días, el esguince de María sanó y pudo volver a montar a Relámpago.
Esta vez, fue más cuidadosa y se aseguró de sujetarse bien.
María aprendió una valiosa lección ese día: incluso en las aventuras más emocionantes, la seguridad es siempre lo primero.