En el corazón de la Sabana Sonriente, donde el sol besaba la hierba dorada y los árboles cantaban con el viento, vivía una hiena manchada llamada Hilda. Hilda tenía una risa contagiosa, pero a veces, su risa se burlaba de los demás animales. Un día, Hilda se encontró con Antonio, el antílope, practicando sus saltos. Antonio era un antílope joven y aún no saltaba tan alto como los demás. Hilda, sin pensarlo dos veces, soltó una carcajada: "¡Ja, ja, ja! ¡Pareces un saltamontes torpe, Antonio! Nunca serás tan rápido como yo." Antonio, con las orejas gachas, se alejó triste.
Más tarde, Hilda se topó con Ramón, el rinoceronte blanco, intentando pintar un cuadro con barro y bayas. Ramón era un artista en ciernes, pero sus pinturas a veces parecían más manchas que obras de arte. Hilda, de nuevo, no pudo contenerse: "¡Uy, Ramón! ¡Eso parece un montón de lodo con frutas! ¿De verdad crees que eso es arte?" Ramón, con su corazón de artista herido, escondió su cuadro detrás de una roca.
Mientras tanto, en el río cercano, un dragón de Komodo llamado Diego observaba la escena. Diego era conocido por su sabiduría y paciencia. Se acercó a Hilda con calma. "Hilda," dijo Diego con su voz profunda, "¿crees que tus palabras están haciendo feliz a alguien?" Hilda, sorprendida por la pregunta, respondió: "Bueno, me hacen reír a mí." Diego suspiró. "La risa es maravillosa, Hilda, pero reírse *de* los demás no es lo mismo que reírse *con* los demás. Cada animal tiene sus propias habilidades y dificultades. Burlarse de ellos sólo los hace sentir mal."
Hilda frunció el ceño. Nunca lo había visto de esa manera. Justo en ese momento, una pequeña piraña llamada Petra salió del agua. Petra era muy tímida y se sentía insegura acerca de sus dientes afilados. "Hilda," dijo Petra temblorosa, "escuché lo que dijiste a Antonio y Ramón. Me da miedo que te burles de mis dientes algún día." Hilda se sintió avergonzada. Nunca se había dado cuenta del impacto de sus palabras.
Diego le ofreció a Hilda una idea. "¿Por qué no intentas hacer algo bueno por los demás? En lugar de burlarte, ¿por qué no los ayudas?" Hilda asintió tímidamente. Primero, buscó a Antonio. "Antonio," dijo Hilda, "lo siento mucho por reírme de tus saltos. ¿Puedo ayudarte a practicar? Tal vez puedo darte algunos consejos." Antonio, sorprendido por la disculpa, aceptó. Hilda, con paciencia y ánimo, ayudó a Antonio a mejorar sus saltos. Descubrió que Antonio tenía un talento especial para saltar sobre rocas.
Luego, Hilda encontró a Ramón. "Ramón," dijo Hilda, "tu pintura es… interesante. Quizás podríamos experimentar con diferentes tipos de barro y bayas para crear diferentes colores y texturas." Ramón se animó y juntos crearon una obra de arte colorida y vibrante que representaba la Sabana Sonriente. Hilda aprendió que el arte no siempre tiene que ser perfecto, sino que puede ser una expresión de la alegría y la creatividad.
Finalmente, Hilda se acercó a Petra. "Petra," dijo Hilda, "tus dientes son… ¡increíbles! Son perfectos para cortar plantas acuáticas y mantener limpio el río. ¿Te gustaría enseñarme cómo lo haces?" Petra, con una sonrisa tímida, aceptó. Hilda aprendió a apreciar la singularidad de Petra y la importancia de su papel en el ecosistema del río.
Desde ese día, Hilda la hiena cambió. Aprendió que el respeto es mucho más valioso que una risa a costa de los demás. Se convirtió en una amiga y defensora de todos los animales de la Sabana Sonriente. Su risa seguía siendo contagiosa, pero ahora era una risa de alegría, apoyo y amistad. Y la Sabana Sonriente se volvió aún más brillante gracias al respeto y la comprensión entre todos sus habitantes. Hilda entendió que la verdadera diversión está en celebrar las diferencias y ayudarse mutuamente a brillar.