Había una vez, en un barrio lleno de niños y niñas alegres, donde los juegos tradicionales estaban desapareciendo.
Los niños ya no jugaban a la rayuela, al escondite o a las canicas.
Los juegos modernos, como los videojuegos y las tabletas, habían ocupado su lugar.
Pero un día, a un grupo de niños se les ocurrió una idea brillante.
Querían rescatar los juegos tradicionales y devolverles la alegría a su barrio.
Así que se reunieron y crearon una caja mágica con llantas, que llamaron la "Caja de los Juegos Tradicionales".
Con su caja mágica en mano, los niños fueron visitando casa por casa, preguntando a los abuelos y abuelas qué juegos jugaban cuando eran niños.
El abuelo de María les contó que jugaba al tincando, a las tapas y a las canicas.
La abuela de Juan les habló del tejo y del lanzamiento de dados de cartón.
Los niños escuchaban atentamente las historias de los mayores y, en su imaginación, colocaban cada juego en su caja mágica.
El tincando se convirtió en una hilera de círculos dibujados en el suelo, las tapas en fichas de colores y las canicas en pequeñas bolas de cristal.
Así, poco a poco, la caja mágica se fue llenando de juegos tradicionales.
Los niños la llevaban con orgullo por el barrio, invitando a otros niños a unirse a su aventura.
Juntos, jugaron a la rayuela, saltaron a la comba, lanzaron dados y se divirtieron como nunca antes.
Gracias a la caja mágica, los juegos tradicionales volvieron a cobrar vida en el barrio.
Los niños y niñas aprendieron la importancia de las tradiciones y el valor de compartir momentos de alegría con sus amigos y familiares.