En un pueblo pequeño y acogedor, vivía una familia muy unida llamada los García.
El padre, Don José, era un carpintero trabajador y dedicado.
La madre, Doña María, era una costurera talentosa y cariñosa.
Tenían tres hijos: Ana, la mayor, era una niña inteligente y amable; Juan, el mediano, era un niño aventurero y curioso; y el pequeño, Pepe, era un bebé alegre y juguetón.
Los García vivían en una casita humilde, pero llena de amor y armonía.
Don José trabajaba incansablemente para mantener a su familia, mientras que Doña María cuidaba de la casa y los niños.
Los niños ayudaban en lo que podían, Ana con las tareas del hogar, Juan con los recados y Pepe con sus risas y travesuras.
Un día, el pueblo se vio afectado por una terrible tormenta.
El viento rugía con fuerza, la lluvia caía a cántaros y los truenos retumbaban en el cielo.
La familia García se refugió en su casita, abrazados y apoyándose mutuamente.
Mientras la tormenta arreciaba, la casa comenzó a temblar y a crujir.
De repente, un rayo cayó sobre el tejado, provocando un incendio.
Los García salieron corriendo de la casa, aterrorizados.
En medio del caos y la desesperación, Don José se dio cuenta de que Pepe no estaba con ellos.
Sin dudarlo, se lanzó de nuevo a la casa en llamas para rescatar a su hijo.
Los demás observaron con horror cómo las llamas envolvían la casa.
Pero Don José no se rindió.
Arriesgando su propia vida, buscó desesperadamente a Pepe.
Finalmente, lo encontró en una habitación trasera, asustado y temblando.
Con lágrimas de alegría, Don José tomó a Pepe en sus brazos y lo sacó de la casa en llamas.
Los García estaban a salvo, pero su casa había quedado destruida.
Sin embargo, no estaban solos.
Los vecinos y amigos se unieron para ayudarlos, ofreciéndoles refugio, comida y ropa.
La familia García se dio cuenta de que, a pesar de haber perdido sus pertenencias, tenían lo más importante: el amor y el apoyo de su familia y su comunidad.
Juntos, los García reconstruyeron su casa y sus vidas.
La tormenta había sido dura, pero había fortalecido aún más los lazos familiares.
Aprendieron que la verdadera riqueza no está en las posesiones materiales, sino en el amor y la unidad de la familia.