Había una vez una princesa llamada Celeste que vivía en un castillo muy alto, entre las nubes.
Su castillo era tan alto que podía ver las estrellas de cerca, y cada noche, Celeste salía a su balcón a mirarlas.
Un día, mientras Celeste miraba las estrellas, vio una estrella fugaz.
Celeste cerró los ojos y pidió un deseo: "Deseo que todas las estrellas perdidas vuelvan a su lugar".
Cuando Celeste abrió los ojos, vio que su deseo se había hecho realidad.
Las estrellas perdidas habían vuelto a sus lugares, y el cielo nocturno brillaba más que nunca.
Celeste estaba tan feliz que decidió bajar a la Tierra para ver las estrellas de cerca.
Se puso un vestido largo y brillante, y se fue volando hacia la Tierra.
Cuando Celeste llegó a la Tierra, vio que las estrellas eran aún más hermosas de lo que había imaginado.
Bailó y cantó bajo las estrellas, y se sintió muy feliz.
Pero de repente, Celeste vio una estrella que estaba muy lejos de su lugar.
La estrella estaba triste y sola, y Celeste supo que tenía que ayudarla.
Celeste voló hacia la estrella y le preguntó qué le pasaba.
La estrella le dijo que se había perdido y que no sabía cómo volver a su lugar.
Celeste le dijo a la estrella que no se preocupara, que ella la ayudaría.
Celeste tomó la mano de la estrella y la llevó volando de vuelta a su lugar.
La estrella estaba tan agradecida que le dio a Celeste un regalo: una estrella fugaz.
Celeste podía usar la estrella fugaz para pedir un deseo, y su deseo se haría realidad.
Celeste estaba muy feliz con su regalo, y voló de vuelta a su castillo.
Desde ese día, Celeste siempre miró las estrellas con cariño, sabiendo que había ayudado a una estrella perdida a encontrar su camino a casa.