En un futuro no muy lejano, la Tierra se encontraba bajo el yugo de una invasión alienígena.
Las ciudades estaban en ruinas y los cielos, una vez azules, ahora eran un manto gris, cubierto por naves de guerra que surcaban el aire como aves de mal agüero.
En medio de este caos, un joven soldado llamado Leo luchaba con cada fibra de su ser para recuperar lo que una vez fue su hogar.
A su lado, contaba con su mejor amigo, Zorak, un alienígena rebelde que había desertado de las fuerzas invasoras.
Juntos, formaban un equipo formidable, y su amistad había florecido en medio de la adversidad.
Su misión era recuperar una zona estratégica que había sido convertida en un bastión de los invasores.
Mientras se acercaban al objetivo, la traición se cernió sobre ellos como una sombra.
Trai, un supuesto aliado, reveló su verdadera naturaleza y emboscó al equipo.
En el intercambio de fuego, Marta cayó, herida de muerte.
Con la rabia encendida, Leo y Zorak se enfrentaron a Trai.
Fue una batalla feroz, donde la amistad y la traición se entrelazaban en una danza mortal.
Zorak logró atravesar el corazón de Trai, pero sufrió una herida grave que lo dejó al borde de la muerte.
Mientras Leo sostenía a su amigo en sus brazos, las lágrimas caían de sus mejillas.
Zorak, con su último aliento, le susurró: "Los verdaderos aliados siempre están en nuestro corazón, no en la sangre".
Con esas palabras, exhaló su último suspiro.
La misión había fracasado, y la zona seguía en manos de los invasores.
Con la derrota a sus pies y el peso de la traición en su corazón, Leo miró al horizonte, donde las estrellas rojas brillaban intensamente.
A pesar de la tristeza que lo consumía, sabía que su lucha no había terminado.
La resistencia continuaría, y él sería el faro de esperanza que encendería la llama de la rebelión.