Había una vez, en un campo mágico muy parecido al de la pintura "Las Amapolas" de Monet, un grupo de amapolas muy especiales. Estas amapolas no solo eran rojas y hermosas, sino que también ¡podían hablar! Cada amapola tenía una opinión diferente sobre el mundo, desde el color del cielo hasta el sabor de la miel de las abejas.
Una amapola llamada Rosita amaba contar chistes. "¿Qué le dice un semáforo a otro? ¡No me mires que me estoy cambiando!" Rosita se reía a carcajadas, y sus pétalos temblaban de alegría. Otra amapola, llamada Azulita, era muy seria y le gustaba recitar poemas sobre la importancia del agua para las flores. "Agua clara, agua pura, nos das vida y hermosura."
Pero en este campo también vivía Don Sapo Gruñón, un sapo viejo y cascarrabias que no soportaba las opiniones de las amapolas. "¡Silencio!" gritaba Don Sapo. "¡Sus voces son un estruendo! ¡Las amapolas deben ser rojas y calladitas! ¡No me gusta que digan cosas diferentes!".
Las amapolas se asustaron mucho. Don Sapo era muy grande y tenía una voz muy fuerte. Empezaron a tener miedo de decir lo que pensaban. Rosita dejó de contar chistes, y Azulita olvidó sus poemas. El campo se volvió silencioso y triste. Las amapolas ya no brillaban con la misma intensidad.
Una mañana, llegó al campo una mariposa llamada Lila. Lila era muy curiosa y le encantaba escuchar a los demás. Vio a las amapolas tristes y les preguntó: "¿Qué les pasa, amapolas? Antes eran tan alegres."
Rosita, con voz temblorosa, le contó a Lila sobre Don Sapo y cómo les prohibía expresar sus opiniones. Lila escuchó atentamente y luego sonrió. "¡Eso no está bien!", dijo Lila. "Todos tienen derecho a decir lo que piensan, siempre y cuando lo hagan con respeto. ¡Incluso las amapolas!"
Lila tuvo una idea brillante. Voló hasta la cima de la colina y empezó a cantar una canción muy alegre y pegadiza. La canción hablaba de la importancia de la libertad y de la belleza de la diversidad. "¡Canta tu canción, di lo que piensas, el mundo es más bello si todos se expresan!", cantaba Lila.
Las amapolas escucharon la canción de Lila y sintieron que algo se despertaba dentro de ellas. Rosita recordó sus chistes, y Azulita sus poemas. Empezaron a susurrar sus ideas, primero tímidamente, y luego con más confianza.
Don Sapo, que estaba tomando una siesta bajo una hoja de nenúfar, se despertó con la canción de Lila y el murmullo de las amapolas. Estaba furioso. Saltó de la hoja y se dirigió hacia las amapolas, listo para regañarlas.
Pero antes de que Don Sapo pudiera decir nada, Lila voló frente a él y le dijo con voz suave pero firme: "Don Sapo, todos tenemos derecho a expresarnos. Las amapolas tienen ideas maravillosas que compartir, y usted también. En lugar de silenciarlas, ¿por qué no las escucha?"
Don Sapo se quedó sorprendido. Nunca nadie le había hablado así. Miró a las amapolas, que lo miraban con curiosidad. Por primera vez, Don Sapo sintió curiosidad por lo que las amapolas tenían que decir.
Rosita se atrevió a dar un paso adelante. "Don Sapo", dijo Rosita, "¿sabía usted que si una rana se sienta en un hongo, se puede resbalar y caer al agua?" Don Sapo frunció el ceño, pero luego una pequeña sonrisa apareció en su rostro.
Azulita recitó un poema para Don Sapo: "Sapo verde, sapo sabio, en el estanque eres el rey, pero escucha a las flores, que también tienen algo que decir." Don Sapo escuchó atentamente, y por primera vez, sintió que las amapolas no eran solo un estorbo, sino que también podían ser interesantes.
Desde ese día, el campo de amapolas volvió a ser un lugar alegre y colorido. Las amapolas contaban chistes, recitaban poemas y compartían sus ideas con todos. Don Sapo aprendió a escuchar y a respetar las opiniones de los demás. Incluso, a veces, ¡se reía con los chistes de Rosita! Lila, la mariposa, seguía cantando su canción sobre la libertad de expresión, recordando a todos que la diversidad de ideas es lo que hace al mundo tan hermoso.
Y así, en aquel campo mágico, inspirado en la pintura de Monet, las amapolas parlanchinas demostraron que cada voz es importante y que todos tenemos derecho a expresarnos, siempre con respeto y alegría. Aprendieron que la libertad de expresión no solo es un derecho, sino también una forma de enriquecer nuestras vidas y las de los demás. Y Don Sapo Gruñón aprendió que escuchar a los demás puede ser mucho más divertido que gruñir todo el día. Fin.