En un rincón soleado del mundo, vivía una pequeña gota de agua llamada Gotita. Gotita vivía en un charco brillante, rodeada de otras gotas que chapoteaban y reían. A Gotita le encantaba su vida en el charco, pero siempre se preguntaba qué había más allá. Un día, el sol brilló con más fuerza que nunca. Gotita sintió un calor extraño y, de repente, ¡empezó a elevarse! Se convirtió en vapor, invisible e ingrávida, uniéndose a otras partículas invisibles en el aire.
"¡Qué emoción!", exclamó Gotita, ahora convertida en vapor. "¡Estoy volando!"
Flotó alto, muy alto, hasta que se encontró con una gran nube esponjosa. En la nube, se reunió con miles de otras gotas de vapor, todas viajeras como ella. La nube se hizo más grande y más oscura, hasta que ya no pudo contener más vapor. Entonces, algo mágico sucedió. El aire se enfrió y Gotita sintió que volvía a su forma líquida. Se juntó con otras gotas y, ¡pum!, ¡cayó del cielo como lluvia!
"¡Estoy lloviendo!", gritó Gotita, mientras caía junto con sus amigas.
La lluvia refrescó la tierra sedienta, alimentó las plantas y llenó los ríos. Gotita aterrizó en una hoja verde y resbaladiza. Allí, conoció a una oruga hambrienta llamada Carmela.
"¡Hola!", saludó Gotita. "Soy Gotita."
"¡Hola, Gotita!", respondió Carmela, mordisqueando la hoja. "Gracias por refrescar mi hoja. Tenía mucha sed."
Gotita se quedó un rato con Carmela, observando cómo comía y se preparaba para convertirse en mariposa. Pero pronto, el sol volvió a salir y el calor hizo que Gotita se evaporara de nuevo. Esta vez, Gotita no subió tan alto. El aire estaba frío y, en lugar de convertirse en vapor, se transformó en un pequeño copo de nieve.
"¡Estoy nevando!", exclamó Gotita, mientras caía suavemente sobre el suelo.
El mundo se cubrió de blanco. Gotita se unió a otros copos de nieve, formando una manta suave y brillante. Sintió un cosquilleo al caer sobre la nariz de un niño que jugaba en la nieve. El niño rió y Gotita sintió una inmensa alegría.
Pero el invierno no dura para siempre. El sol comenzó a calentar la tierra de nuevo y la nieve empezó a derretirse. Gotita se convirtió en agua otra vez, corriendo por un pequeño arroyo junto con miles de otras gotas. El arroyo se unió a un río más grande y Gotita viajó río abajo, viendo paisajes maravillosos.
Finalmente, el río desembocó en el mar. Gotita se unió a las olas saladas, jugando con los peces y las algas. Le encantaba la inmensidad del mar y la sensación de libertad que le daba. Pero sabía que su viaje no había terminado. El sol volvería a brillar, la evaporaría y la llevaría a nuevas aventuras.
Un día, el mar se congeló en algunas partes, formando grandes bloques de hielo. Gotita se encontró atrapada en uno de estos bloques. Estaba fría, muy fría, pero no tenía miedo. Sabía que el hielo se derretiría eventualmente.
"¡Estoy congelada!", pensó Gotita. "¡Esta es otra forma de ser agua!"
Pasó mucho tiempo congelada, pero finalmente, el sol calentó el hielo y Gotita volvió a ser agua líquida. Se unió a otras gotas y volvió a fluir hacia el mar. Gotita había viajado por el cielo como vapor, caído como lluvia y nieve, recorrido ríos y mares, e incluso se había congelado en hielo. Había experimentado todas las formas en que el agua podía existir.
Ahora, Gotita era una gota de agua sabia y experimentada. Sabía que el agua siempre está cambiando, siempre viajando, siempre transformándose. Y sabía que, sin importar en qué forma estuviera, siempre sería parte de algo más grande y maravilloso. Gotita entendió que su viaje, el ciclo del agua, era esencial para la vida en la Tierra. Y se sintió orgullosa de ser una pequeña parte de ese gran ciclo. Así, Gotita continuó su viaje, lista para cualquier aventura que le esperara, sabiendo que el agua es vida y que su viaje nunca termina.