En un pequeño pueblo, vivía un niño travieso llamado Pepito.
Pepito era conocido por sus bromas y travesuras, pero esta vez, se había metido en un gran problema.
Un día, Pepito caminaba por el mercado cuando vio un puesto de naranjas.
Las naranjas eran grandes y jugosas, y Pepito no pudo resistirse a comprarlas.
Contó cuidadosamente su dinero y compró 57 naranjas.
Emocionado, Pepito llevó sus naranjas a casa y las colocó sobre la mesa.
Pero cuando intentó pelar una, se dio cuenta de algo extraño.
La naranja era dura como una roca.
Intentó con otra, y luego con otra, pero todas eran iguales.
Pepito estaba desconcertado.
¿Cómo podían ser las naranjas tan duras?
Decidió morder una, pero casi se rompe un diente.
Las naranjas eran de metal.
Pepito no podía creerlo.
Había sido estafado.
Corrió de regreso al mercado y encontró al vendedor de naranjas.
"¡Me has estafado!" gritó Pepito.
"¡Estas naranjas son de metal!"El vendedor se rió.
"Pero, niño, ¿no ves que son naranjas de juguete?
Son para jugar, no para comer".
Pepito estaba furioso.
Había gastado todo su dinero en esas naranjas falsas.
Pero no podía hacer nada.
El vendedor no le iba a devolver el dinero.
Triste y decepcionado, Pepito regresó a casa con sus naranjas metálicas.
No podía comerlas, pero tampoco podía tirarlas.
Así que las guardó en un cajón, donde se convirtieron en un recordatorio de su desafortunada compra.