Había una vez una niña llamada Luna, que tenía un cabello muy largo y rizado. ¡Era tan largo que casi le llegaba a las rodillas! Y tan rizado que parecía un bosque de pequeños espirales. A Luna le encantaba jugar a las escondidas entre los árboles del parque, construir castillos de arena gigantes en la playa, y corretear tras las mariposas en el jardín. Pero cuando su mamá le decía que era hora de peinarse, ¡ay, no! A Luna no le gustaba nada, nada, nada peinarse.
– "¡Ay, mamá! ¡No quiero peinarme! Me da cosquillas y me molesta," decía Luna, haciendo una carita triste y poniendo los brazos en cruz.
Su mamá sonrió con dulzura y le acarició la cabeza, sintiendo la suavidad de sus rizos.
– "Peinarte es como darle un abrazo a tu cabello, Luna. Te hace sentir bien y te ayuda a estar lista para todo lo divertido que vas a hacer hoy," le explicó su mamá con paciencia.
Luna miró a su mamá con curiosidad, inclinando la cabeza hacia un lado como un pajarito.
– "¿Un abrazo a mi cabello?" preguntó, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
– "Sí," respondió mamá, asintiendo con la cabeza. "Cada vez que peinas tu cabello, lo cuidas. Lo desenredas para que no se sienta atrapado, le das brillo para que se vea hermoso, y lo preparas para que pueda crecer fuerte y sano. Y cuando tu cabello está feliz, tú también te sientes feliz."
Luna pensó un momento. Se imaginó a sus rizos sintiéndose atrapados y tristes. ¡No quería eso para su cabello! Tal vez el peinado no era tan malo después de todo. Así que, con un poco de valentía, decidió dejar que su mamá peinara su cabello.
Su mamá preparó todo con mucho cuidado. Primero, roció un poco de agua perfumada sobre el cabello de Luna para que estuviera más fácil de manejar. Luego, tomó un peine de dientes anchos, especial para cabello rizado, y comenzó a peinar suavemente, desde las puntas hasta la raíz. Mientras mamá pasaba el peine, Luna comenzó a sentir que cada movimiento la hacía sentir más tranquila. Ya no sentía cosquillas, sino una sensación agradable, como si alguien estuviera cantando una canción suave solo para ella.
– "Mi cabello se ve bonito," pensó Luna, observando cómo los rizos se definían y brillaban con cada pasada del peine, "y mamá me está dando cariño." Sintió una calidez en su corazón, una conexión especial con su mamá que nunca antes había sentido durante el peinado.
Después de desenredar todo el cabello, la mamá de Luna decidió hacerle un peinado especial. Primero, dividió el cabello en dos secciones. Luego, comenzó a trenzar cada sección, creando dos trenzas gruesas que enmarcaban su rostro. Al final de cada trenza, ató una cinta de color rosa brillante.
Al final, cuando el peinado terminó, Luna miró al espejo y sonrió. ¡Su reflejo era hermoso! Las trenzas le daban un aire de princesa, y las cintas rosas brillaban con la luz del sol.
– "¡Mira, mamá! ¡Me veo genial!" exclamó Luna, dando saltitos de alegría.
– "Claro que sí, cariño," dijo mamá, abrazándola fuerte. "Te ves hermosa porque te cuidas y porque te quiero mucho." Le dio un beso en la frente, sintiendo la suavidad de su cabello recién peinado.
Desde ese día, Luna comenzó a disfrutar más de su momento de peinado. Ya no lo veía como una tortura, sino como una forma de sentirse bien y conectar con su mamá. Entendió que peinarse era como darle un abrazo a su cabello, una manera de cuidarlo y prepararlo para todas las aventuras que le esperaban. A veces, incluso, le pedía a su mamá que le hiciera peinados nuevos y divertidos, como una coleta alta con un lazo gigante, o un moño elegante para ir a una fiesta. Y cada vez que se veía en el espejo, se sentía más segura de sí misma y lista para conquistar el mundo con sus rulos mágicos.
Una tarde, mientras jugaba en el parque, Luna vio a otra niña con el cabello enredado y triste. Se acercó a ella y le dijo:
– "Hola, ¿por qué estás tan triste?"
La niña respondió con voz baja:
– "Es que no me gusta peinarme. Me duele y me molesta."
Luna sonrió y le dijo:
– "Yo antes tampoco quería peinarme, pero mi mamá me enseñó que peinarse es como darle un abrazo a tu cabello. ¿Quieres que te enseñe?"
La niña asintió con timidez. Luna sacó de su mochila un peine que siempre llevaba consigo y, con mucho cuidado, comenzó a peinar el cabello de la niña. Le explicó cómo hacerlo suavemente, desde las puntas hasta la raíz, y cómo usar productos especiales para que el cabello no se enrede. Poco a poco, el cabello de la niña se fue desenredando y brillando. Al final, la niña sonrió y le dio las gracias a Luna.
Desde ese día, Luna se convirtió en la "peinadora oficial" de sus amigas. Le encantaba ayudar a las demás niñas a cuidar su cabello y a sentirse hermosas. Y cada vez que peinaba el cabello de alguien, recordaba las palabras de su mamá: "Cuando tu cabello está feliz, tú también te sientes feliz."
Y así, Luna, la niña de los rulos mágicos, aprendió que cuidar su cabello no solo era importante para verse bien, sino también para sentirse bien por dentro y para compartir su alegría con los demás.
Fin.