¡Luisa y el Pan de María Antonieta!

Based on: crear una historia con un personaje real de la revolucion francesa resaltando la realidad de la vida cotidiana durante la revolucion francesa

Luisa vivía en París con su familia en 1792. Tenía ocho años y le encantaba dibujar con carbón en las paredes de su pequeña casa. Su papá era carpintero y su mamá vendía flores en el mercado. La vida era difícil. La Revolución Francesa estaba en pleno apogeo. Había carteles pegados por todas partes con mensajes sobre libertad, igualdad y fraternidad, palabras que Luisa aún no entendía del todo, pero que oía repetir a los adultos.

Lo que Luisa sí entendía era el hambre. El precio del pan había subido tanto que a veces no comían más que una sopa aguada. Un día, mientras acompañaba a su mamá al mercado, vio una larga fila de gente frente a una panadería.

"¿Qué está pasando, mamá?" preguntó Luisa, tirando de su falda.

"Están esperando pan, hija," respondió su mamá con un suspiro. "Pero no creo que alcancemos. Ya casi no nos queda dinero."

Luisa miró a la gente. Sus rostros estaban cansados y preocupados. De repente, escuchó a alguien gritar: "¡Que coman pastel! ¡Como la Reina!"

Luisa no entendía por qué la gente culpaba a la Reina, María Antonieta. Solo sabía que su familia tenía hambre. Más tarde, ese mismo día, mientras dibujaba en la calle, Luisa vio pasar una carroza lujosa. La gente se arremolinaba alrededor, algunos gritando insultos, otros simplemente observando con curiosidad. Dentro de la carroza, Luisa vio a una mujer con un vestido elegante y un peinado alto adornado con plumas. Era la Reina María Antonieta.

Luisa, impulsada por una curiosidad infantil, corrió hacia la carroza. Tropezó y cayó, raspándose la rodilla. Lloriqueando, vio que la Reina la miraba. Para sorpresa de Luisa, la Reina hizo detener la carroza. Un guardia se acercó a Luisa con cara seria, pero la Reina le hizo un gesto para que se detuviera.

"¿Estás bien, pequeña?" preguntó la Reina, su voz suave y melodiosa.

Luisa, asustada pero fascinada, asintió con la cabeza. "Me raspé la rodilla," dijo tímidamente.

La Reina le sonrió. "Ven, déjame ver." Con la ayuda de un guardia, la Reina bajó de la carroza y se arrodilló junto a Luisa. Le limpió la rodilla con un pañuelo de seda que sacó de su bolso.

"¿Cómo te llamas?" preguntó la Reina.

"Luisa, señora," respondió Luisa.

"Luisa," repitió la Reina. "¿Y qué hacías corriendo cerca de la carroza?"

Luisa dudó. No quería decir que su familia tenía hambre y que la gente la culpaba a ella. Pero la mirada amable de la Reina la animó.

"Tenemos hambre, señora," dijo Luisa con voz temblorosa. "El pan es muy caro."

La Reina guardó silencio por un momento. Luego, dijo: "Espera aquí." Volvió a subir a la carroza y habló con uno de sus sirvientes. El sirviente bajó con una cesta llena de pan fresco y croissants. Se la entregó a Luisa.

"Toma, Luisa," dijo la Reina. "Para ti y tu familia. Y recuerda, no todos los cuentos que oyes son ciertos." Le guiñó un ojo y volvió a subir a la carroza. La carroza se alejó, dejando a Luisa con la cesta llena de pan.

Luisa corrió a casa con la cesta. Su mamá y su papá no podían creer lo que veían. Comieron pan hasta saciarse. Era el pan más delicioso que Luisa había probado en su vida.

Esa noche, Luisa soñó con la Reina María Antonieta. Soñó con un mundo donde todos tuvieran suficiente para comer y donde la gente se tratara con amabilidad y respeto. Al día siguiente, volvió al mercado y compartió el resto del pan con sus vecinos. Aunque la Revolución Francesa continuó, Luisa nunca olvidó la bondad de la Reina y aprendió que incluso en los tiempos más oscuros, siempre hay esperanza y que las personas no siempre son como las pintan. Aprendió que la bondad, como el pan fresco, podía alimentar no solo el cuerpo, sino también el alma.

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Publicado el 04/04/2025

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