Había una vez un osito llamado Nico que vivía en un bosque lleno de árboles altos y flores de muchos colores. A Nico le encantaba explorar, y cada día encontraba algo nuevo y emocionante. Un día, mientras exploraba una parte del bosque que no conocía muy bien, encontró un espejo muy especial en medio del claro del bosque. No era un espejo común y corriente; era redondo, con un marco de madera tallada con hojas y pequeñas flores. Cuando Nico se miró en él, ¡el espejo no reflejaba su imagen, sino un color brillante!
Nico parpadeó sorprendido y decidió hacer una prueba. Se rascó la cabeza, pensando qué hacer. Primero, pensó en la vez que su mamá le dio un gran abrazo y le contó un cuento antes de dormir. Se sintió muy feliz, lleno de amor y seguridad. Al mirarse en el espejo, el reflejo brillaba de un amarillo cálido, como el sol de la mañana. "¡El amarillo es mi felicidad!", dijo con una gran sonrisa, sintiendo el calor del color irradiar desde el espejo.
Luego, recordó la vez que perdió su pelota favorita, una pelota roja con lunares blancos que le había regalado su abuelo. La buscó por todas partes, pero no pudo encontrarla, y se sintió muy triste. Al mirarse en el espejo, su reflejo era azul, como el cielo en un día nublado. "¡El azul es cuando estoy triste!", susurró con un suspiro, sintiendo un nudo en su garganta.
Después, pensó en la vez que su hermano Tomás tomó su juguete favorito, un pequeño tren de madera, sin pedir permiso, y lo rompió accidentalmente. Sintió enojo, un calor que le subía por el cuerpo. ¡El espejo se volvió rojo intenso, como las fresas maduras! "¡El rojo es cuando estoy enojado!", exclamó, frunciendo el ceño y apretando los puños.
Nico siguió explorando sus emociones. Cerraba los ojos, pensaba en diferentes momentos, y luego se miraba en el espejo. Descubrió que el verde aparecía cuando sentía calma, como cuando se sentaba bajo un árbol a escuchar el canto de los pájaros. El morado aparecía cuando tenía miedo, como cuando escuchaba ruidos extraños en la noche. Y el naranja aparecía cuando estaba emocionado, como cuando esperaba su cumpleaños o una visita de sus abuelos.
Desde ese día, cada vez que Nico sentía algo en su corazón, corría al espejo y decía en voz alta: "Me siento..." y nombraba su emoción. Al principio, le costaba un poco, pero con la práctica, se volvió más fácil. Así aprendió que todas las emociones eran importantes, incluso las que no eran tan agradables, y que podía compartirlas con su familia y amigos. Entendió que sentir tristeza o enojo no era malo, sino que era una parte normal de la vida.
Un día, Nico notó que su amigo Leo, el zorro, estaba sentado junto al río con la cabeza baja y las orejas caídas. Parecía muy triste. "¿Qué te pasa, Leo?", preguntó Nico con curiosidad, acercándose con cuidado. "No lo sé... me siento raro", respondió el zorro, con la voz apagada. "Me siento como si una nube gris me cubriera por dentro". Entonces, Nico tuvo una idea. Lo tomó de la mano y lo llevó al espejo mágico.
Al mirarse, Leo vio un reflejo azul, el mismo azul que Nico había visto cuando estaba triste. "¡Eso es tristeza!", exclamó Nico. "Cuando estoy triste, me gusta hablar con alguien o abrazar mi almohada hasta que me siento mejor". Le contó a Leo sobre el espejo y cómo le ayudaba a entender sus sentimientos.
Leo sonrió un poco y dijo: "Creo que me ayudaría hablar contigo". Nico se sentó junto a él y lo escuchó con atención. Leo le contó que se sentía triste porque había perdido su juguete favorito, un pequeño barco de madera que había construido su papá. Nico lo escuchó con paciencia y le ofreció su apoyo. Juntos descubrieron que compartir las emociones hacía que se sintieran mejor. Nico le propuso a Leo construir un nuevo barco juntos, y Leo aceptó con entusiasmo.
Desde ese día, Nico y sus amigos aprendieron que reconocer sus emociones era importante, pero compartirlas con alguien de confianza los ayudaba a sentirse acompañados y comprendidos. El espejo mágico se convirtió en un lugar especial donde podían explorar sus sentimientos sin miedo, sabiendo que siempre encontrarían apoyo y comprensión en sus amigos. Aprendieron que no estaban solos en sus emociones y que estaba bien pedir ayuda cuando la necesitaban.
Y así, el espejo mágico no solo les enseñó a conocer sus emociones, sino también a manejarlas de una forma amorosa y segura, fortaleciendo su amistad y haciéndolos más felices y comprensivos. El bosque se convirtió en un lugar aún más hermoso, lleno de colores, alegría y la magia de los sentimientos compartidos. Nico y sus amigos siguieron explorando, aprendiendo y creciendo juntos, siempre con el espejo arcoíris de sentimientos como su guía.