Sueños Alados de Mateo
Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Mateo que soñaba con volar alto como las aves.
Desde muy pequeño, miraba al cielo con admiración y se pasaba horas observando a los pájaros planeando en el aire. Un día, mientras paseaba por el bosque cercano a su casa, Mateo encontró a una lechuza herida. Sin dudarlo, decidió llevarla a su casa para cuidarla y curar sus alas lastimadas.
Con paciencia y dedicación, Mateo cuidó de la lechuza día y noche hasta que finalmente sanó y pudo volar de nuevo. La lechuza, agradecida por la bondad de Mateo, decidió concederle un deseo como recompensa.
Mateo no lo dudó ni un segundo y pidió poder volar como ella. La lechuza sonrió y le dijo: "-Para lograrlo, debes demostrar tu valentía y determinación". Desde ese día, Mateo se esforzó al máximo para cumplir su sueño de volar.
Construyó unas alas con ramas y plumas que encontraba en el bosque, practicando todos los días para mejorar sus habilidades. A pesar de las caídas y los fracasos, nunca perdió la esperanza ni la alegría por seguir intentándolo.
Un día soleado de primavera, cuando ya había mejorado mucho su técnica, Mateo decidió subir a lo alto de una colina para intentar volar desde allí. Con un poco de miedo pero mucha emoción, extendió sus alas improvisadas y se lanzó al vacío.
Para sorpresa de todos, incluido él mismo, Mateo logró planear por unos instantes sintiendo la brisa en su rostro y la emoción recorriendo todo su ser.
Aunque no pudo mantenerse mucho tiempo en el aire, esa corta experiencia fue suficiente para llenarlo de felicidad y orgullo. Desde ese día, Mateo siguió practicando sin descanso hasta convertirse en el mejor piloto del pueblo.
Siempre recordaba con cariño a aquella lechuza que le enseñó que con esfuerzo y perseverancia, los sueños pueden hacerse realidad. Y así fue como Mateo demostró que no hace falta tener alas para volar alto; basta con tener un corazón valiente y una mente decidida para alcanzar cualquier meta que nos propongamos.
FIN.