Sueños en la copa del árbol


Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de árboles frondosos y coloridas flores, una niña curiosa y aventurera llamada Sofía.

Desde que era muy pequeña, a Sofía le encantaba pasar horas y horas subida en el árbol más alto del pueblo, un viejo roble centenario que se alzaba majestuoso en el centro de la plaza.

Sofía trepaba con agilidad por las ramas del árbol hasta llegar a la copa, desde donde podía ver todo el pueblo extendido ante sus ojos. Le gustaba observar cómo la gente iba y venía por las calles empedradas, escuchar el canto de los pájaros y sentir la suave brisa acariciando su rostro.

Un día, mientras Sofía estaba sentada en lo alto del árbol, escuchó una voz suave que parecía provenir del viento. "-Hola", dijo la voz. Sorprendida, Sofía miró a su alrededor pero no vio a nadie. "-¿Quién está ahí?", preguntó ella.

"-Soy el espíritu del árbol", respondió la voz. "-He visto lo mucho que te gusta subir hasta aquí y contemplar el mundo desde lo alto. Pero hoy quiero enseñarte algo más especial todavía".

Intrigada, Sofía siguió escuchando al espíritu del árbol mientras le contaba sobre un lugar mágico que solo podía ser alcanzado por aquellos con un corazón puro y valiente. Un lugar donde los sueños se volvían realidad y donde la imaginación no tenía límites.

Sin dudarlo ni un segundo, Sofía se lanzó desde la copa del árbol hacia lo desconocido. Sintió cómo el viento soplaba en su rostro mientras caía en picada hacia un mundo lleno de colores brillantes y criaturas fantásticas.

Al abrir los ojos, se encontró en medio de un bosque encantado donde los árboles susurraban secretos antiguos y las flores bailaban al compás de una melodía celestial. Mariposas multicolores revoloteaban a su alrededor y hadas juguetonas reían entre las ramas.

"-Bienvenida a mi hogar", dijo el espíritu del árbol apareciendo frente a ella en forma de luz brillante. "-Aquí podrás vivir todas las aventuras que tu corazón desee, siempre y cuando nunca olvides quién eres realmente".

Sofía pasó días maravillosos explorando aquel mundo mágico, aprendiendo nuevas cosas cada día y haciendo amigos inesperados. Pero pronto llegó el momento de regresar a casa, llevando consigo recuerdos imborrables e historias increíbles para compartir con todos en su pueblo.

Desde entonces, cada vez que sube al viejo roble centenario, Sofía recuerda aquella experiencia única que le enseñó que los sueños pueden hacerse realidad si uno cree en sí mismo y nunca deja de explorar más allá de lo conocido.

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