Sueños hechos realidad


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Frutal, una profesora llamada Tamara. Era una maestra muy especial, siempre preocupada por el bienestar de sus alumnos.

Un día de intenso calor, decidió llevarles a todos frutas frescas para que pudieran refrescarse y disfrutar de un delicioso tentempié.

La profesora Tamara llegó al colegio con una gran caja llena de frutas jugosas y coloridas: manzanas rojas como el fuego, plátanos amarillos como el sol y naranjas brillantes como la tarde. Los niños se emocionaron al ver las frutas tan apetitosas y agradecieron a su querida maestra. Pero ese día algo misterioso ocurrió. Mientras los niños disfrutaban de su merienda, notaron que algo extraño sucedía.

La fruta parecía tener poderes mágicos, ya que cada vez que alguien daba un mordisco a alguna pieza, ¡algo increíble ocurría! Lorenzo tomó un plátano y dio un bocado enérgico.

De repente, sus músculos se fortalecieron y comenzó a saltar más alto que nunca antes había saltado. "¡Miren chicos! ¡Soy el hombre saltarín!", exclamó Lorenzo emocionado. Marina decidió probar una manzana roja y crujiente.

Al darle un mordisco, notó cómo su mente se llenaba de ideas creativas e ingeniosas. "¡Chicos! ¡Tengo tantas ideas geniales para nuestro próximo proyecto artístico!", gritó Marina entusiasmada. Todos los niños se animaron a probar las frutas mágicas y descubrieron que cada una tenía un efecto diferente.

Las naranjas les daban energía para correr más rápido, las uvas les hacían reír sin parar y las peras les ayudaban a concentrarse mejor en sus tareas.

La profesora Tamara, al ver la alegría y el entusiasmo de sus alumnos, decidió investigar qué estaba pasando con esas frutas tan especiales. Descubrió que provenían de un huerto encantado muy cerca del colegio. Allí vivía un anciano sabio llamado Don Ramón, quien cultivaba estas frutas con mucho amor y cuidado.

La profesora Tamara fue a visitar a Don Ramón y le contó lo sucedido. El anciano sonrió con ternura y explicó que esas frutas eran especiales porque estaban llenas de los deseos más profundos de aquellos que las cultivaban.

"Cuando planté estas semillas, puse todo mi amor e ilusiones en ellas", dijo Don Ramón. "Las frutas mágicas son el reflejo de los sueños que he compartido con la tierra". La profesora Tamara comprendió entonces la importancia de soñar y creer en uno mismo.

Les enseñó a sus alumnos sobre el poder de los sueños y cómo ellos también podían hacer realidad sus deseos si trabajaban duro por ellos.

A partir de ese día, cada vez que tenían una tarea difícil o se sentían desanimados, recordaban el sabor dulce y jugoso de aquellas frutas mágicas. Les recordaba que dentro de ellos también había magia, solo debían creer en sí mismos y perseguir sus sueños.

Y así, gracias a la generosidad de la profesora Tamara y las frutas mágicas de Don Ramón, los niños aprendieron que el verdadero poder está en su interior y que siempre pueden convertirse en lo que deseen.

Con cada bocado de fruta, recordaban que los sueños se hacen realidad cuando uno cree en ellos con todo su corazón. Y así fue como Villa Frutal se llenó de pequeños grandes soñadores dispuestos a conquistar el mundo con amor, perseverancia y un poco de magia.

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