Susana y el Avión Perdido



Era un día soleado en el barrio de Villa Alegre. Susana, una niña curiosa y aventurera de diez años, estaba explorando el parque cuando, de repente, su mirada se detuvo en algo brillante entre los arbustos. Intrigada, se acercó y, para su sorpresa, descubrió un pequeño avión de juguete. Sus ojos se iluminaron de emoción.

"- ¡Mirá lo que encontré!", gritó Susana a su perro, Lucas, que siempre la acompañaba en sus descubrimientos.

"- ¿Qué es eso, Susana?", ladró Lucas, moviendo la cola ferozmente.

"- Es un avión! Creo que es un avión perdido! Hay que llevarlo a su dueño!", exclamó ella, pensando en que debía hacer algo por aquel juguete solitario.

Susana decidió que debía investigar. Comenzó a preguntar a las personas del parque si conocían a alguien que hubiera perdido un avión. Primero se acercó a la Sra. Rosa, que siempre estaba alimentando a las palomas.

"- Disculpa, Sra. Rosa, ¿ha visto a alguien buscando un avión?"

"- No, querida. Pero podrías preguntar en la juguetería de la esquina. A veces los niños vienen a jugar y olvidan sus cosas."

"- Buena idea! Gracias, Sra. Rosa!"

Susana se apresuró a la juguetería. Allí, conoció a un niño llamado Mateo, que estaba buscando un regalo para su hermano.

"- Hola! ¿Sabías que encontré un avión?"

"- ¡Un avión! ¿Es grande y rojo?"

"- No, es pequeño y azul. ¿Te gustaría verlo?"

Mateo se emocionó, pero después se acordó.

"- Debo ir a casa, pero si quieres, puedo ayudarte a buscar a su dueño mañana, ¿te parece?"

"- ¡Claro! Mañana entonces!"

Al día siguiente, Susana y Mateo se encontraron nuevamente en el parque. Con la ayuda de Lucas, empezaron a preguntar a más niños. Pero no lograban encontrar a nadie que buscara un avión. Entonces, Mateo sugirió una idea increíble.

"- ¿Y si hacemos un cartel?"

"- ¡Esa es una gran idea!"

Juntos diseñaron un cartel colorido que decía: "¡Se busca el dueño de un avión de juguete!" Los dos niños colocaron el cartel en el árbol más grande del parque y salieron a jugar mientras esperaban respuestas.

A los pocos minutos, llegó una niña llamada Valentina, que parecía buscar algo. Sus ojos se iluminaron al ver el cartel.

"- ¡Eso es mío!"

"- ¡El avión! ¿Estás segura?"

"- Sí! Estaba jugando cuando se me cayó en el arbusto. ¡Gracias!"

Valentina se acercó, emocionada.

"- ¡Lo he estado buscando!"

Susana y Mateo sonrieron felices por haber ayudado. Valentina les agradeció y, en agradecimiento, los invitó a su casa para jugar.

En la casa de Valentina, los tres niños, junto a Lucas, jugaron a volar aviones con un par de papeles y lápices. Sus risas resonaban en el aire mientras imaginaban aventuras en el cielo.

"- ¿Sabían que con un poco de imaginación, podemos volar tan alto como queramos?"

"- ¡Sí! La imaginación no tiene límites!"

Y así, Susana, Mateo y Valentina descubrieron que a veces, las pequeñas aventuras nos llevan a nuevas amistades y grandes aprendizajes. Aunque habían comenzado buscando al dueño de un avión perdido, encontraron, sobre todo, algo mucho más hermoso: una amistad duradera.

Desde aquel día, el parque de Villa Alegre se llenó de risas y juegos, mientras tres amigos compartían innumerables vuelos en su imaginación.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!