Tango de recuerdos
Había una vez en un pequeño café de Buenos Aires, un grupo de amigos muy especiales: Mateo, Sofía y Lucas. Eran inseparables y les encantaba pasar las tardes juntos tomando café y charlando sobre sus aventuras.
Un día, mientras estaban en el café, empezó a sonar un tango muy melancólico que llenó el ambiente de nostalgia.
Mateo miró a sus amigos con los ojos brillantes y les dijo:- ¡Este tango me recuerda a mi abuelo! Solía bailarlo con mi abuela en las fiestas familiares. Era su favorito. Sofía asintió con tristeza y añadió:- A mí también me trae recuerdos. Mi mamá solía escuchar este tango cuando estaba triste.
Decía que la música le ayudaba a sentirse mejor. Lucas, el más animado del grupo, decidió cambiar el tono de la conversación y propuso:- ¡Vamos a bailar! No dejemos que la tristeza nos invada. Este tango también puede ser alegre si así lo decidimos.
Así que se pusieron de pie y comenzaron a bailar al ritmo del tango. Con cada paso, las sonrisas volvieron a sus rostros y la melancolía se transformó en alegría.
De repente, una pareja mayor se acercó al grupo y les dijo:- ¡Qué bello es verlos bailar con tanta pasión! Nosotros también solíamos bailar este mismo tango cuando éramos jóvenes. Los amigos se sorprendieron al escuchar esto y continuaron bailando junto a la pareja mayor.
La música los envolvía como un abrazo cálido que les recordaba la importancia de vivir el presente sin olvidar el pasado. Al finalizar la canción, todos aplaudieron emocionados y se despidieron con una sonrisa en los labios.
Mateo, Sofía y Lucas comprendieron que los recuerdos, tanto tristes como alegres, formaban parte de quienes eran pero no debían definir su felicidad.
Desde ese día, cada vez que escuchaban un tango en aquel café tan especial, recordaban aquella tarde inolvidable donde aprendieron a valorar cada momento compartido junto a quienes amaban. Y es que, como dice el dicho argentino: "La vida es un tango; hay que saber bailarlo".
FIN.