Tania al volante
En una hermosa ciudad llamada Buenos Aires, vivía Tania, una mujer alegre y divertida que siempre tenía una sonrisa en el rostro.
Tania había decidido inscribirse en la autoescuela para aprender a conducir, ya que quería ser independiente y poder llevar a sus hijas al colegio sin depender de nadie.
Tania era muy aplicada y atendía todas las clases con mucho entusiasmo, pero por más que se esforzaba, no lograba entender las señales de tránsito ni las reglas de conducción. A pesar de eso, seguía siendo feliz y optimista, pensando que con práctica y dedicación lograría su objetivo. Un día llegó el momento de rendir el examen final en la autoescuela.
Tania estaba nerviosa pero confiada en que lo haría bien. Al terminar la prueba, el instructor le entregó los resultados: ¡había suspendido! Tania sintió un nudo en la garganta y unas lágrimas asomaron en sus ojos.
-¡Oh no! ¿Cómo puede ser? -se lamentaba Tania mientras abrazaba a sus hijas, quienes habían ido a buscarla. Las niñas miraban a su mamá preocupadas. Querían verla feliz como siempre, así que decidieron hacer algo especial para animarla.
Juntas idearon un plan: convertirían el aprendizaje de manejar en un juego divertido para ayudar a Tania a mejorar. Así fue como empezaron a practicar todos los días después del trabajo y la escuela.
Las hijas dibujaban señales de tránsito coloridas y jugaban a simular situaciones de tráfico mientras Tania conducía su auto de juguete por el living de casa. Poco a poco, gracias al amor, apoyo y paciencia de sus hijas, Tania comenzó a comprender mejor las reglas de conducción.
Se sentía motivada y feliz cada vez que veía los avances que estaba haciendo. Finalmente llegó el día del nuevo examen en la autoescuela.
Con las enseñanzas de sus hijas frescas en su mente y su corazón lleno de determinación, Tania se subió al auto para demostrar todo lo que había aprendido. Esta vez sí logró aprobar el examen con éxito. Al salir del centro educativo automovilístico junto con sus hijas, Tania les dio un fuerte abrazo lleno de gratitud y emoción.
-Gracias por nunca darme por vencida y ayudarme a superar este desafío tan importante para mí -les dijo con lágrimas felices en los ojos. Desde ese día, Tania siguió practicando con responsabilidad y seguridad al volante.
Se convirtió en una conductora ejemplar gracias al amor incondicional y al apoyo inquebrantable de sus pequeñas grandes maestras. Y así concluye esta historia donde queda demostrado que con esfuerzo, perseverancia y amor todo es posible alcanzarlo.
FIN.