Tania y la hormiga sabia



Había una vez en un hermoso jardín, una mariposa llamada Tania que volaba de flor en flor con sus alas brillantes y coloridas.

Tania era muy querida por todos los animales del jardín, quienes admiraban su belleza y gracia al volar. Un día, mientras Tania revoloteaba cerca de un arroyo, se encontró con Juan, una hormiga molesta y malhumorada que siempre andaba buscando problemas.

Juan no soportaba la alegría y la belleza de Tania, así que decidió jugarle una mala pasada. - ¡Ey, mariposa presumida! ¿Crees que eres mejor que todos solo porque vuelas por ahí con tus alas bonitas? -gritó Juan con tono desafiante. Tania se detuvo en el aire sorprendida por las palabras hirientes de Juan.

Nunca antes nadie le había hablado así. Sin embargo, en lugar de responder con más agresión, decidió mantener la calma y responder de manera amable. - No tengo intención de hacerte daño, amigo hormiga.

Solo quiero disfrutar del día y compartir mi belleza contigo -dijo Tania con voz serena. Pero Juan no estaba dispuesto a dejarla tranquila. Decidió seguir provocándola e incluso intentó atraparla entre sus patas para hacerle daño.

Tania logró escapar por poco y se refugió en lo alto de un árbol cercano. Mientras tanto, el resto de los animales del jardín observaban la escena preocupados. Sabían que debían hacer algo para ayudar a su amiga mariposa.

Fue entonces cuando apareció Lucas, un sabio búho que vivía en lo alto del árbol donde Tania se había refugiado. Lucas había presenciado toda la situación y decidió intervenir para poner fin al conflicto. - ¡Alto! -exclamó Lucas extendiendo sus grandes alas-.

La violencia nunca es la solución. Todos somos diferentes en este jardín pero eso nos hace únicos y especiales a cada uno de nosotros.

Juan bajó la cabeza avergonzado por su comportamiento agresivo mientras Tania descendía lentamente hacia él con las alas extendidas mostrando compasión. - Lo siento si te he hecho sentir mal -se disculpó Juan mirando a los ojos a Tania-. No tenía razón para tratarte así solo porque eres hermosa y yo soy pequeño.

Tania sonrió cálidamente y extendió uno de sus delicados tentáculos hacia Juan como señal de perdón. Desde ese día, Juan aprendió a valorar las diferencias y a respetar a todos los habitantes del jardín sin importar cómo fueran o qué hicieran.

Y gracias al ejemplo pacífico y comprensivo de Tania, ambos se convirtieron en amigos inseparables que compartían aventuras explorando juntos el mágico mundo natural que los rodeaba.

FIN.

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