Teresa y el Jardín Encantado
Había una vez una niña llamada Teresa que vivía en un pequeño pueblo. Teresa era muy alegre, pero había una cosa que no le gustaba nada: ¡las verduras! Cuando su mamá le ponía un plato lleno de espinacas, brócoli o zanahorias, ella fruncía el ceño y cruzaba los brazos.
"¡Yo no quiero comer eso!" -bramaba Teresa. "Sabe horrible, mamá!"
Su mamá, preocupada, le respondía: "Pero Teresa, las verduras son muy buenas para vos. Te hacen fuerte y saludable. Siempre pensé que algún día te gustarían..."
Pero Teresa no estaba convencida y se lamentaba cada vez que veía la mesa llena de ensaladas y verduras. Un día, mientras paseaba por el pueblo, escuchó una risa que provenía del jardín de una anciana vecina, la señora Rosa. Teresa siempre había sentido curiosidad por ese jardín, que estaba lleno de flores y plantas de todos colores.
Decidida a averiguar qué pasaba, se acercó. "Hola, señora Rosa, ¿qué está haciendo?" -preguntó con curiosidad.
"¡Hola, Teresa! Estoy cuidando mi jardín. ¿Quieres ayudarme?" -sonrió la señora Rosa.
Con un poco de duda, Teresa aceptó. Mientras trabajaban juntas, la señora Rosa le mostró una hortaliza que brillaba bajo el sol. "¿Sabías que estas zanahorias son muy dulces y sanas?" -dijo la señora Rosa. "Y son más ricas cuando uno las cultiva. Puedes comerlas crudas o cocidas. Ven, probá una."
Teresa, intrigada, tomó la zanahoria y un bocado le sorprendió. "¡Es deliciosa!" -exclamó.
La señora Rosa sonrió, satisfecha. "Ves, a veces sólo hay que probarlas. Además, saber cómo crecen puede hacer que te gusten más."
Esa tarde, Teresa regresó a casa con varias verduras que había cosechado junto a la señora Rosa. "Mamá, mamá, ¡mirá lo que tengo!" -gritó con alegría.
A su mamá le brillaron los ojos. "¡Qué genial, Teresa! Vamos a hacer una ensalada con esto. ¿Te parece?"
Y, a pesar de sus dudas, Teresa se sentó a la mesa. Cuando probó la ensalada de verduras que había ayudado a cultivar, se dio cuenta de que sabía mucho mejor que la que normalmente comía.
"No puedo creerlo, mamá, ¡me encanta!" -dijo sorprendida, mientras se servía más.
Desde ese día, Teresa no sólo comenzó a comer verduras, sino que también empezó a ayudar a la señora Rosa en su jardín. Se volvió su pequeña aprendiz y, poco a poco, su amor por las verduras creció, al igual que su conocimiento sobre cómo cultivarlas.
Teresa aprendió que las verduras eran importantes en su dieta, pero más aún, descubrió que disfrutar de comidas saludables podría ser divertido. Y cada vez que alguien le preguntaba, con una sonrisa decía: "¡Las verduras son mágicas!" Y todas las niñas y niños de su pueblo querían unirse a Teresa y a la señora Rosa en el jardín, creando juntos un rincón de felicidad y salud.
Y así, Teresa se convirtió en una experta en verduras, probando cada variedad y compartiendo sus descubrimientos con todos. El jardín de la señora Rosa se transformó en un lugar mágico, donde cada día ofrecía algo nuevo para descubrir.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!
FIN.