Teresa y la Fiesta de Dulces



Había una vez una niña llamada Teresa que vivía en un pequeño pueblo. Teresa era conocida por su gran amor por los dulces. Desde galletitas de chocolate hasta caramelos de colores, no había un solo dulce que no le encantara.

"¡Los dulces son mi comida favorita!" - decía a todos sus amigos.

Pero cuando se trataba de verduras, la cosa cambiaba. Teresa torcía el gesto solo al oír su nombre.

"¡No, por favor! No me hagas comer brócoli, es horrible" - protestaba mientras su mamá trataba de convencerla.

Un día, mientras jugaba en el parque, sus amigos decidieron organizar una gran fiesta de dulces en el patio de su casa. Teresa estaba muy emocionada.

"¡Voy a comer todos los dulces que pueda!" - gritó, saltando de alegría.

La fiesta fue increíble. Había pasteles, gomitas, chocolates y todo tipo de delicias. Teresa no podía resistirse. Comió, comió y comió, hasta que su pancita empezó a protestar.

"Uy, creo que comí demasiado..." - murmuró mientras se sentaba en un rincón.

A la tarde, se sintió un poco mareada y decidió ir a casa. Nada más entrar, le dijo a su mamá:

"Mamá, no me siento bien..."

"¿Qué te pasa, Teresa?" - preguntó su mamá, preocupada.

"Creo que comí demasiados dulces en la fiesta..." - respondió ella con un susurro.

Su mamá la miró con cariño y le dijo:

"Sabes que los dulces son ricos, pero no pueden ser toda tu comida. Las verduras son importantes para que te sientas bien y tengas energía."

Al día siguiente, Teresa despertó y se dio cuenta de que no podía jugar como siempre. Se sintió cansada y sin ganas de hacer nada. Entonces se acordó de lo que le había dicho su mamá.

"Tal vez debería probar comer algunas verduras..." - reflexionó, mientras miraba un plato de zanahorias y brócoli que su mamá había preparado.

Reacio al principio, le dio un pequeño mordisco a una zanahoria. Para su sorpresa, era crujiente y deliciosa. Así que decidió probar un poco más.

"¡Esto no es tan malo!" - exclamó asombrada.

Con el pasar de los días, Teresa comenzó a incluir más verduras en su dieta. Frutas, ensaladas y hasta sopas de verduras dejaron de ser un problema. Se dio cuenta de que le gustaban más de lo que pensaba y que le daban la energía que necesitaba para jugar y aprender.

Un sábado, decidió invitar a sus amigos a un picnic. Preparó una mesa llena de deliciosas frutas y verduras.

"¡Miren lo que traje!" - les dijo.

"¿Verduras?" - preguntó uno de sus amigos, perplejo.

"Sí, ¡pruébenlas! Son riquísimas!" - animó Teresa.

Poco a poco, sus amigos fueron probando las verduras.

"¡Son deliciosas!" - exclamó uno de ellos, mientras degustaba una zanahoria.

Desde aquel día, Teresa no solo disfrutaba de los dulces, sino que también aprendió a amar las verduras. Se convirtió en una niña llena de energía, lista para correr, saltar y jugar todo el día.

"¡Gracias, verduras!" - pensó feliz mientras correteaba con sus amigos por el parque.

Y así, Teresa aprendió que todo en su justa medida podía ser delicioso y que el equilibrio era la clave para sentirse bien y siempre enérgica.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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