The Melody Makers


Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pequeño pueblo. Tomás tenía un perro llamado Barto, y eran inseparables. Barto era como su hermano, siempre jugando y cuidándolo.

Tomás admiraba mucho a su abuelo Víctor, quien era un talentoso músico y tocaba la guitarra de manera extraordinaria. Cada vez que visitaba a su abuelo, Tomás se sentaba junto a él y observaba fascinado cómo sus dedos volaban sobre las cuerdas de la guitarra.

Un día, mientras paseaban por el parque, Tomás encontró una vieja guitarra abandonada en un banco. La miró con asombro y decidió llevarla a casa para intentar tocarla como lo hacía su abuelo Víctor.

Al llegar a casa, Tomás tomó la guitarra entre sus manos y comenzó a explorar los diferentes sonidos que podía hacer con ella. Aunque al principio todo parecía complicado, poco a poco fue descubriendo cómo colocar los dedos en las cuerdas para obtener distintas notas.

Barto se acercó curioso y empezó a ladrar al ritmo de la música que salía de la guitarra.

Tomás sonrió emocionado al ver la reacción de su fiel amigo e invitó a Barto a bailar juntos al compás de la melodía. Los días pasaron y Tomás practicaba incansablemente cada tarde después de hacer sus tareas escolares. A veces se frustraba cuando no lograba sacar alguna canción correctamente, pero nunca se rindió.

Una mañana soleada, el pueblo organizó un festival musical en el que todos los niños podían participar. Tomás decidió inscribirse y mostrar su talento con la guitarra. El día del festival llegó y Tomás estaba nervioso pero emocionado.

Se subió al escenario, tomó su guitarra y comenzó a tocar una hermosa melodía. La multitud quedó asombrada por su habilidad y aplaudió con entusiasmo. Cuando terminó de tocar, Tomás miró hacia el público y vio a su abuelo Víctor entre ellos, sonriéndole orgulloso.

Esa fue la mejor recompensa para él. Después del festival, muchas personas se acercaron a felicitar a Tomás por su talento musical. Incluso algunos le pidieron que les enseñara a tocar la guitarra también.

Tomás se dio cuenta de que había encontrado una pasión en la música y decidió aprovecharla para ayudar a otros niños del pueblo. Comenzó a dar clases gratuitas de guitarra en el parque, compartiendo sus conocimientos con aquellos interesados en aprender.

Barto siempre lo acompañaba durante las clases, animando a los niños con sus ladridos divertidos. Juntos formaron un dúo inseparable que alegraba las tardes del pueblo con música y risas.

Tomás aprendió que no importa cuán difícil parezca algo al principio, si perseveramos y tenemos pasión por ello, podemos lograrlo. Y así fue como este pequeño niño descubrió su don musical mientras compartía momentos especiales junto a Barto, su fiel compañero.

Y colorín colorado, esta historia llena de música y amistad ha terminado.

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