The Melody Within


Había una vez una niña llamada Marina, quien tenía un don muy especial: podía escuchar los sonidos que hacían las panzas de las personas. Desde pequeña, se dio cuenta de que cada barriguita emitía sonidos únicos y distintos.

Marina era curiosa por naturaleza, y disfrutaba escuchando la melodía que producían las panzas al moverse después de comer o beber algo. Pero a medida que crecía, se dio cuenta de que no todos veían su habilidad como algo normal.

Un día en el colegio, Marina decidió compartir su talento con sus compañeros durante el recreo.

Se acercó a su amiga Sofía y le dijo emocionada: "¡Sofi, tengo un secreto! Puedo escuchar lo que hace tu panza cuando tienes hambre". Sofía frunció el ceño y respondió con desaprobación: "Marina, eso no está bien. No debes meterte en cosas así". Marina quedó desconcertada por la reacción de su amiga y decidió guardar silencio sobre su don.

Pasaron los años y Marina siguió manteniendo oculta su habilidad especial. Se sentía triste porque pensaba que nadie entendería su amor por los sonidos del estómago humano.

Un día, mientras paseaba por el parque, Marina se encontró con un señor mayor llamado Don Ignacio. Él parecía ser muy sabio y amable. Don Ignacio notó la tristeza en los ojos de la niña e inició una conversación:"Hola pequeña ¿qué te pasa? Veo en tus ojos un brillo apagado".

Marina dudó un momento, pero finalmente decidió confiar en el señor. Le contó sobre su don para escuchar panzas y cómo se sentía mal por ello. Don Ignacio sonrió y dijo: "Marina, todos tenemos habilidades únicas que nos hacen especiales.

No debes sentirte mal por lo que te gusta hacer. Lo importante es cómo usas ese don".

La niña miró al señor con curiosidad y preguntó: "¿Cómo puedo usar mi habilidad de manera correcta?"Don Ignacio respondió: "Escuchar los sonidos de las panzas puede ser una forma de entender a las personas, de empatizar con ellas. Puedes aprender a interpretar esos sonidos para saber si alguien está bien o necesita ayuda".

Los ojos de Marina se iluminaron con entusiasmo mientras asimilaba las palabras del sabio hombre. Desde ese día, decidió utilizar su don para ayudar a los demás.

Comenzó a visitar hospitales y residencias de ancianos, donde muchas veces las personas no podían expresar lo que sentían verbalmente. Escuchando sus panzas, Marina podía detectar si tenían hambre o malestar estomacal. Con el tiempo, la noticia sobre la niña con el increíble talento se fue extendiendo por toda la ciudad.

Las personas empezaron a valorar su habilidad única y reconocieron el bien que hacía al usarla para ayudar a los demás. Marina se convirtió en una pequeña heroína local y recibió un premio por su dedicación al servicio comunitario.

Pero lo más importante para ella era ver cómo su don especial había logrado cambiar la percepción negativa que tenía sobre sí misma. A partir de ese momento, Marina entendió que no hay nada malo en tener intereses diferentes o habilidades únicas.

Todos somos especiales a nuestra manera y podemos utilizar nuestras capacidades para hacer el bien en el mundo.

Y así, Marina continuó escuchando las panzas de las personas, pero ahora lo hacía con orgullo y sabiendo que estaba aportando su granito de arena para hacer del mundo un lugar mejor.

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