Thiago y la Aventura Bibliográfica
Era una tarde soleada en Buenos Aires cuando Thiago, un niño de diez años, decidió que era el momento perfecto para visitar la biblioteca del barrio. Su pasión por la lectura era conocida por todos, y cada vez que entraba a la biblioteca, sus amigos se preguntaban qué aventura viviría esa vez.
Al entrar, fue recibido por el dulce olor de los libros antiguos y el murmullo de las páginas que pasaban en las manos de otros lectores. Thiago se dirigió a su sección favorita: los libros de aventuras. Su mirada se posó en un libro con una cubierta colorida que nunca había visto antes.
"¿Qué será esto?", murmuró, mientras lo sacaba de la estantería. El título era "El mapa de los mundos perdidos".
Con su corazón latiendo de emoción, se sentó en una esquina cómoda y comenzó a leer. Al poco tiempo, se dio cuenta de que esa historia no era como las demás. Había acertijos escondidos dentro de sus páginas, que llevaban a diferentes mundos llenos de personajes mágicos y criaturas extraordinarias.
"¡Increíble!", exclamó Thiago. "Si resuelvo los acertijos, puedo viajar a esos mundos. ¡Vamos a intentarlo!"
Bien concentrado, empezó a resolver el primer acertijo:
"Soy más ligero que una pluma, pero el hombre más fuerte no puede sostenerme. ¿Qué soy?"
Thiago se rascó la cabeza por un momento. Luego sonrió al recordar algo que había leído.
"¡El aliento!"
Al decir la respuesta en voz alta, una luz brillante lo envolvió y, al abrir los ojos, se encontraba en un bosque mágico lleno de árboles que hablaban.
"Bienvenido, viajero", dijo uno de los árboles. "Has llegado al Reino de Kallos. Cada respuesta que encuentres te llevará a nuevas aventuras."
Thiago no podía creerlo. A su alrededor, había hadas, dragones y una enorme montaña cubierta de nieve. Decidió que el siguiente acertijo tenía que resolverlo. El árbol le dio el siguiente:
"Cuanto más quitas, más grande se vuelve. ¿Qué es?"
Thiago frunció el ceño.
"¡Es un agujero!"
Otro destello de luz, y esta vez se encontró en una cueva, donde un dragón resplandecía en la penumbra.
"¡Has llegado!", rugió el dragón. "Pero para entrar debes responder un enigma que nadie ha podido responder..."
El dragón le presentó el enigma más complicado que Thiago había escuchado:
"Blanco por dentro, verde por fuera. Si quieres que te diga, espera."
Thiago pensó y pensó.
"¡Una sandía!" respondió con confianza, sintiendo que se le iluminaban los ojos.
El dragón se reía con alegría.
"¡Correcto! Eres un niño muy astuto. Ahora te invito a mi mundo de dulces. Vamos juntos a la Ciudad del Caramelo.”
Agradecido por su nueva amistad, Thiago siguió con el dragón a la Ciudad del Caramelo, donde todo era magia y dulzura. Sin embargo, al llegar, se dio cuenta que algo estaba mal: los dulces estaban desapareciendo misteriosamente.
"¿Qué sucede aquí?", preguntó Thiago preocupado.
"Un ogro malvado ha robado nuestros dulces y los ha escondido en la Montaña del Silencio", explicó el dragón. "Si no gritamos con fuerza, no podemos recuperar nuestros dulces."
Thiago pensó en su siguiente movimiento.
"No necesitamos gritar. Podemos resolver un enigma para que el ogro libere los dulces. ¡Vamos juntos!"
El dragón lo miró confusionado, pero decidió confiar en Thiago. Con determinación, se dirigieron hacia la montaña y enfrentaron al ogro.
"¿Por qué debería devolverte los dulces?", gruñó el ogro.
Thiago, con confianza, le planteó un acertijo:
"Cien hombres, cien días, matan cien ratones. ¿Cuántos hombres matan un ratón en un día?"
El ogro, sorprendido, se quedó pensando. Pasaron minutos hasta que finalmente se dio por vencido.
"No sé. ¿Cuál es la respuesta?"
"Uno. Cada hombre mata un ratón en un día. Por eso, de cien hombres, solo uno mataría un ratón en un día," respondió Thiago.
El ogro, sorprendido por la inteligencia del niño, se sintió abrumado por la verdad.
"Está bien, me doy por vencido. Aquí tienes los dulces de vuelta."
El dragón aplaudió emocionado mientras Thiago sonreía.
"¡Lo logramos!" dijo exultante.
De regreso en la Ciudad del Caramelo, todos celebraron y le agradecieron a Thiago por su valentía y su ingenio. El niño, con el brillo en sus ojos, comprendió algo importante:
"La inteligencia y la amistad son las mejores herramientas que tenemos."
Finalmente, después de un día lleno de aventuras, Thiago volvió a la biblioteca y regresó el libro al lugar original. Prometió volver al día siguiente y descubrir nuevos mundos.
La lectura le había dado la oportunidad de vivir una aventura extraordinaria, pero lo más importante, había aprendido que la inteligencia también se puede combinar con la amabilidad y la amistad para resolver cualquier problema.
Desde aquel día, Thiago supo que cada libro lo llevaría a un nuevo viaje, y su corazón latía de emoción por todas las historias que aún quedaban por descubrir.
FIN.