Tiago y la Aventura de los Celos
Era un hermoso día en el barrio de Solcito y los hermanos Tiago y Gabriel, quienes vivían en una colorida casa de dos plantas, estaban listos para salir a jugar al parque. Tiago, de ocho años, siempre había admirado a su hermano Gabriel, que tenía diez. Gabriel era muy bueno en los deportes y siempre ganaba en la cancha, mientras que Tiago a veces se sentía un poco en la sombra.
Un día, mientras estaban por salir, Gabriel le dijo a Tiago:
"¡Che, Tiago! Hoy tengo una súper idea. Vamos a armar un torneo de fútbol en el parque. ¡Soy el mejor arquero y te necesito para que me ayudes!"
Tiago sonrió, pero en su interior sentía un pequeño nudo de celos.
"Sí, claro... pero vos siempre ganás. ¿Qué pasa si no puedo ser tan bueno como vos?"
"¿Cómo que no? La idea es divertirnos. Jugar en equipo, loco. Te prometo que si ganamos, será porque juntos lo hicimos. ¡Nadie es más que el otro!"
Pero a Tiago le resultaba difícil creerle. En el camino al parque, se cruzaron con su vecino, Lucas, que les preguntó:
"¿Qué hacen, chicos?"
"Vamos a armar un torneo de fútbol", respondió Gabriel.
"¿Y Tiago va a jugar en tu equipo?"
Lucas se volvió hacia Tiago y dijo:
"¡No te preocupes! El fútbol es para divertirse, cada uno tiene sus habilidades. A mí me encanta dibujar, pero no soy tan bueno jugando. Cada uno tiene algo genial por aportar."
Tiago sintió que esas palabras encendían una chispa de esperanza en su corazón. Aunque estaba enojado, decidió seguir adelante con la idea de Gabriel. Al llegar al parque, se encontraron con un grupo de chicos y se armaron equipos.
"Tiago, ¿vos querés ser el delantero?" le preguntó Gabriel mientras todos comenzaban a organizarse.
"Está bien... lo intentaré", respondió con un leve suspiro. Todos se pusieron a jugar y al principio, las cosas no le salieron como él esperaba. Casi no tocaba la pelota y se sentía cada vez más desanimado.
Mientras el partido avanzaba, Gabriel hizo una gran atajada y se dio vuelta para gritarle a Tiago:
"¡Vamos, Tiago! ¡No te rindas!"
A pesar de esos ánimos, Tiago erró un tiro decisivo y se desilusionó. Al finalizar el primer tiempo, su equipo iba perdiendo.
"¿Por qué siempre te sale todo bien a vos y a mí no?" le preguntó, sintiéndose mal.
"No se trata de eso. Jugar en equipo significa que todos tenemos que apoyarnos, sin importar quién haga el gol. Y te prometo que estoy aquí para ayudarte", respondió Gabriel.
En ese momento, Tiago recordó lo que había dicho Lucas sobre las habilidades de cada uno. Así que se armó de valor y decidió dejar de pensar en sus comparaciones. Cuando comenzó el segundo tiempo, se enfocó en disfrutar el juego y dar lo mejor de sí.
De repente, la pelota le llegó a sus pies. Recordando todo lo que había practicado, en lugar de dudar, se lanzó y dio un gran tiro. La pelota voló y... ¡GOOOOOOL!
Todos gritaron de alegría.
"¡Sí, Tiago! ¡Lo lograste!" exclamó Gabriel abrazándolo.
Felices por el gran momento, sentaron a descansar y Tiago se sintió diferente.
"Me divertí mucho, Gabriel. Hoy aprendí que no es necesario ser el mejor para disfrutar y que a veces la emoción está en apoyar a los demás y compartir en lugar de sentir celos."
"¡Eso es, hermano! La familia juega junta, siempre."
Después de un rato, decidieron que el partido había finalizado, pero todos estaban tan contentos que acordaron seguir practicando juntos.
Desde ese día, Tiago comprendió que cada uno tiene un papel único en un equipo y que al no tener celos de su hermano, podía disfrutar de aventuras y retos compartidos. Juntos, formaron un gran dúo y salieron a conquistar el parque como hermanos, dejando atrás cualquier incertidumbre.
Al final del día, mientras regresaban a casa, Tiago sonrió mirando a Gabriel y le dijo:
"Hoy fue increíble. Gracias por hacerme sentir parte de esto. ¿Te parece que podemos jugar otro día?"
"Siempre, hermano. ¡Hasta que seamos los mejores de todos!"
FIN.