Tita y la lechuga mágica
Tita era una tortuga muy especial. Vivía en un hermoso campo rodeado de flores y vegetación, y su mayor pasión era comer lechuga fresca.
Sin embargo, siempre que intentaba acercarse a las plantas para dar un bocado, los otros animales del campo la alejaban. "¡Eh, Tita! No puedes comer esa lechuga. Es solo para nosotros", decían los conejos mientras saltaban alrededor de ella.
"Lo siento mucho, Tita, pero necesitamos la lechuga para hacer nuestra rica ensalada", explicaban las vacas con voz apagada. Tita se sentía triste y desanimada. Solo quería disfrutar de su comida favorita sin tener que enfrentarse a los demás animales.
Un día, mientras caminaba por el campo con la cabeza gacha, encontró una pequeña oruga llamada Olivera. "Hola, Tita. Veo que estás triste. ¿Puedo ayudarte en algo?", preguntó amablemente Olivera. Tita levantó su cabeza sorprendida y respondió: "Bueno...
todos los animales me impiden comer lechuga y es lo único que realmente quiero". Olivera sonrió y dijo: "Creo que puedo ayudarte. Conozco un lugar secreto donde hay muchísima lechuga deliciosa". Los ojos de Tita se iluminaron de emoción e interés ante estas palabras mágicas: "un lugar secreto".
Juntas se adentraron en el bosque cercano y llegaron a una pradera llena de exuberante vegetación. Allí crecían enormes hojas verdes esperando ser devoradas. "¡Wow! ¡Es increíble!", exclamó Tita emocionada. "Puedes comer todo lo que quieras, Tita.
Este lugar es solo para ti", dijo Olivera con una sonrisa en su rostro. Tita comenzó a saborear las hojas de lechuga con alegría y gratitud.
Por primera vez, pudo disfrutar de su comida favorita sin tener que preocuparse por los demás animales. Mientras comía, vio a otros animalitos acercarse curiosos al ver tanta lechuga deliciosa. "¿Podemos probar un poquito?", preguntaron tímidamente unos conejitos. Tita, recordando cómo se había sentido antes, decidió compartir su descubrimiento con ellos.
Les mostró el camino hacia la pradera secreta y les dijo: "Aquí hay suficiente lechuga para todos nosotros". Los conejitos saltaron de alegría y pronto se unieron las vacas y otros animales del campo.
Juntos, disfrutaron de un festín lleno de risas y amistad. A partir de ese día, el campo se convirtió en un lugar donde todos los animales podían compartir la comida sin sentirse excluidos o egoístas.
La historia de Tita enseñó una valiosa lección a todos los habitantes del campo: que compartir no significa perder algo, sino ganar amigos y felicidad.
A partir de entonces, cada vez que alguien necesitaba ayuda o tenía algo especial para ofrecer, todos estaban dispuestos a colaborar y hacer del mundo un lugar más amable y generoso. Y así fue como Tita la tortuga logró cambiar el corazón de los demás animales gracias a su bondad y generosidad.
Juntos, crearon un ambiente de armonía y cooperación que duró para siempre en aquel encantador campo.
FIN.