Tom en la ciudad de los perros



En una soleada mañana en el barrio de Brooklyn, vivía un gatito llamado Tom. Tenía 10 años y, a pesar de su edad, siempre tenía el corazón alegre y actitudes juguetonas. Tom era un amante declarado del helado; cada vez que veía un carrito de helados en la calle, sus ojos brillaban como estrellas. Pero un día, su vida cambió. La familia de Tom decidió mudarse a una gran ciudad: Nueva York, la ciudad de los perros.

Tom se sintió un poco preocupado al enterarse de que tendría que mudarse. "¿Perros? ¿En una ciudad llena de perros?"- pensó mientras se escondía detrás del sillón. La idea de enfrentarse a perros ruidosos y bulliciosos lo llenaba de miedo.

Cuando llegaron a Nueva York, Tom se sorprendió por el bullicio y la rapidez de la ciudad. "Esto es mucho más grande de lo que imaginaba"- susurró. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había un lugar especial que podría ayudarlo a adaptarse: ¡el parque!

Un día, decidió aventurarse un poco al parque que estaba cerca de su nuevo hogar. "¿Y si me encuentro con un perro?"- se preguntó con nerviosismo. Pero su amor por el helado fue más fuerte. Caminó hacia el parque, cuando de repente...

"¡Mira, un gato!"- ladró un perro que corría hacia él con una gran sonrisa y la cola moviéndose de un lado a otro. Tom, paralizado por el susto, se aferró a su sombra.

"No te preocupes, no te haré daño"- continuó el perro. "Soy Max y adoro los helados. ¿Te gusta el helado?"-

Tom parpadeó sorprendido. "¿Te gusta el helado?"- repitió.

"¡Sí!"- ladró Max. "Es lo mejor del mundo. Cuanto más fresco, mejor. Ven al carrito de helados, hay de todos los sabores"-.

A medida que Max lo guiaba, Tom empezó a relajarse. Tal vez, solo tal vez, no todos los perros eran aterradores. Al llegar al carrito, Tom vio un mar de colores en los sabores del helado.

"¿Quieres probar?"- preguntó Max emocionado.

Tom, sintiendo la frescura del aire y viendo cómo los otros perros hacían amigos, se animó un poco y decidió que podría compartir un poco de su amor por el helado. "Me gustaría un poco de helado de menta, por favor"- dijo, con voz tímida.

Max, en movimiento, chilló: "¡Genial! Un helado de menta viene en camino"- y fue a pedirlo al carrito. Tom no podía creer lo que estaba sucediendo, estaba disfrutando de un helado y de una nueva amistad.

Desde ese día, Tom y Max se volvieron inseparables. Paseaban por el parque, jugaban en la hierba y siempre compartían sus helados. Tom descubrió que a los perros también les gustaba jugar y reír, y que no todos eran ruidosos o temibles.

Un día, mientras disfrutaban de otro helado, Max le dijo a Tom: "¿Sabes, amigo? Si te da miedo algo, ¡siempre puedes contarme! Juntos podemos enfrentarlo"-. Tom nunca había pensado en esto. "¡Tienes razón, Max!"- contestó Tom. Era una buena idea.

Tom, con el tiempo, se volvió más valiente. Aprendió a recorrer el vecindario y a hacer nuevos amigos. Ya no se escondía. Y cada vez que veía a un perro, pensaba en Max y su cordialidad.

PtCuando llegó el verano, Tom organizó una gran fiesta de helados en el parque. Todos los perros y gatos del vecindario fueron invitados. El parque se llenó de risas y juegos, donde todos disfrutaban de helados de diferentes sabores. Tom se sentía más feliz que nunca.

"¡Nunca imaginé que mudarme a Nueva York podría ser tan divertido!"- exclamó Tom entre risas, sosteniendo su cono de helado.

Y así, con su valentía y la ayuda de su mejor amigo Max, Tom aprendió que enfrentar sus miedos solo podía llevarlo a vivir aventuras maravillosas. Nunca más miró a los perros con temor, porque la amistad siempre puede vencer cualquier miedo.

Fin.

FIN.

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