Tomás, el astronauta soñador
Había una vez un niño llamado Tomás, que desde que tenía apenas tres años soñaba con ser astronauta.
Pasaba horas mirando las estrellas desde la ventana de su habitación, imaginando cómo sería viajar por el espacio y descubrir nuevos planetas. Su habitación estaba llena de posters de cohetes espaciales y planetas, y siempre llevaba puesta una remera con la imagen de la NASA.
Sus amigos en el jardín le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, y él siempre respondía con entusiasmo: "¡Un astronauta famoso!". Un día, en el jardín de infantes, la maestra les pidió a los niños que dibujaran lo que querían ser de grandes.
Tomás agarró sus crayones y comenzó a dibujar un cohete enorme surcando el espacio. Cuando terminó, se paró frente a toda la clase y dijo orgulloso: "¡Yo quiero ser astronauta!". -¡Qué bueno, Tomás! -dijo la maestra-. Si te esfuerzas mucho, seguro podrás lograrlo.
Tomás siguió creciendo con ese sueño en su corazón. Estudiaba mucho sobre astronomía y física espacial, y cada noche pedía a sus papás que lo llevaran al planetario para aprender más sobre el universo.
Un día, en su cumpleaños número diez, recibió un regalo muy especial: ¡una visita al centro espacial! Tomás no podía creerlo. Recorrió emocionado cada rincón del lugar, viendo cohetes reales y trajes espaciales.
-¿Te imaginas estar ahí arriba algún día? -le preguntó su papá mientras miraban una réplica de la Estación Espacial Internacional. -Sí papá -respondió Tomás con los ojos brillantes-. ¡Ese es mi sueño! Los años pasaron y Tomás siguió preparándose para cumplir su objetivo.
Se esforzaba en la escuela, participaba en concursos de ciencias e incluso aprendió a programar computadoras para diseñar simulaciones de vuelos espaciales.
Finalmente llegó el día en que Tomás recibió una carta muy especial: ¡había sido seleccionado para formar parte de un programa educativo en la NASA! No podía creerlo. Llorando de emoción, corrió a contarles la noticia a sus padres. -¡Lo logré! ¡Voy a ser astronauta! -gritaba Tomás saltando de alegría. Sus padres lo abrazaron orgullosos.
Habían visto cómo su hijo había luchado por su sueño sin rendirse nunca. Y así fue como Tomás se convirtió en astronauta. Viajó al espacio varias veces, realizando experimentos científicos y explorando nuevos horizontes junto a otros colegas apasionados por el cosmos.
Pero lo más importante no fue llegar tan lejos; sino recordar siempre aquel niño pequeño que miraba las estrellas desde su ventana con los ojos llenos de ilusión.
Porque aunque haya cumplido su sueño de llegar al espacio exterior; nunca perdió esa chispa infantil que lo impulsó a volar tan alto.
FIN.