Tomás, el Elefante que No Quería ir a la Escuela



En la selva de la Tierra de los Animales, vivía un elefante llamado Tomás. Tomás era un gran elefante de orejas anchas y una trompa larga, pero había algo que lo hacía diferente a los demás: ¡a él no le gustaba ir a la escuela!

Un día, mientras todos sus amigos se preparaban para ir a clases, Tomás se escondió detrás de un árbol gigante, pensando en cómo podría evitarlo una vez más.

"¿Por qué tengo que ir? No me gusta aprender cosas aburridas", murmuró Tomás para sí mismo.

"¡Tomás! ¿Por qué estás escondido?" preguntó Lila, la cebra, al verlo tras el árbol. Ella lucía sus rayas brillantes como siempre.

"Porque no quiero ir a la escuela, Lila! No me interesa aprender a leer ni a escribir", respondió Tomás, inflando sus mejillas.

Lila pensó por un momento y dijo:

"Pero Tomás, la escuela es divertida. Ahora podemos aprender a hacer cosas nuevas juntos. ¡Además, siempre hay juegos después de clase!"

A pesar de los intentos de Lila, Tomás decidió no ir y se fue a jugar a la orilla del río. Mientras jugaba, vio a un grupo de pequeños animales aprendiendo a pescar con un cañito hecho de caña. Ellos estaban muy concentrados y, de vez en cuando, alguien gritaba:

"¡Atrapa una más, atrapa una más!"

Tomás se sintió un poco curioso. Asomándose desde detrás de un arbusto preguntó:

"¿Cómo saben a dónde lanzarlo?"

"¡Porque la maestra nos enseñó a leer el agua!" respondió un pequeño pez.

El pez continuó:

"La maestra nos dijo que cuando las burbujas salen, hay peces escondidos.¡Es muy divertido!"

Tomás sintió que algo en su interior comenzaba a cambiar. Al día siguiente, decidió ir a la escuela, pero se resistía a aceptarlo.

"Hoy solo iré porque mis amigos irán. No porque me interese", pensó mientras cruzaba la puerta del aula.

Cuando llegó, encontró a su maestra, la tortuga Tula, explicando sobre diferentes animales y sus hábitats. Tomás le prestó atención cuando escuchó que hablaría sobre los elefantes.

"Los elefantes son los gigantes sabios de la selva. Tienen buena memoria y son protectores de su manada", explicó Tula con entusiasmo.

Tomás se sintió orgulloso al escuchar esto, y cuando llegó el momento de hacer un proyecto sobre un lugar en la selva, se ofreció a hablar sobre el río. Comenzó a compartir su experiencia con sus amigos sobre lo que había observado. Sus ojos brillaban:

"…y si escuchas atentamente, puedes oír los susurros del agua, que cuentan historias de otros tiempos".

Al ver que sus compañeros lo escuchaban con atención, algo inesperado sucedió: Tomás se sintió feliz de compartir lo que había aprendido de su propia experiencia.

"Quizás aprender no sea tan aburrido como pensaba", se dijo a sí mismo en voz baja.

Pero en el fondo, Tomás todavía tenía un dilema: ¿Y si al final de todo no era lo suficientemente bueno para ser un elefante sabio?

Esa misma tarde, Kiki, la pequeña ardilla, se le acercó.

"Tomás, el próximo juego es el de preguntas y respuestas. ¿Te gustaría ayudarme?"

Tomás dudó un momento.

"¿Y si no sé las respuestas?" preguntó.

Kiki sonrió.

"No importa. ¡Aprendemos juntos! Además, puedes contarme sobre el río y los peces. Seguro que a todos les entusiasma aprender de ti."

Tomás sintió una oleada de confianza. Se unieron a los demás y, al final, descubrió que tenía un montón de respuestas y muchas historias para contar. Cada vez que contaba algo nuevo, se sentía más entusiasmado.

A medida que pasaban los días, Tomás empezó a ver la escuela como un lugar de aventuras, no solo como una obligación. Aprendió a leer porqué le interesaba descubrir nuevos mundos. Empezó a comprender que cada lección era una llave que abría más puertas a la sabiduría.

Finalmente, en la ceremonia de graduación, Tula y sus amigos celebraron. Tomás, con su gorra y su diploma, se sintió más grande, pero sobre todo, se sintió completo.

"Ahora sé que no hay nada de malo en no saber. ¡Lo importante es no dejar de aprender!" dijo Tomás con una sonrisa amplia, mientras todos aplaudían y coreaban su nombre.

Desde ese día, Tomás no solo fue conocido como el elefante que aprendía; también se convirtió en el mejor amigo de todos los animales. Y así, su historia nos enseñó que a veces, lo que tememos puede ser la puerta a grandes cosas. Por eso, nunca hay que tenerle miedo a la escuela, ¡porque siempre hay algo nuevo por descubrir!

FIN.

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