Tomás y el Día Inesperado
Tomás era un chico que iba siempre al colegio con una gran sonrisa. Le encantaba jugar con sus amigos en el patio, escuchar cuentos en la biblioteca y aprender cosas nuevas en clase. Para él, la tristeza era algo que no merecía la pena.
Un día, al llegar al colegio, se encontró con su amiga Ana sentada en un banco, con la cabeza agachada y las manos en las rodillas.
- ¿Qué te pasa, Ana? - preguntó Tomás, preocupado.
- Estoy triste porque tengo que presentar un proyecto en clase y me da mucho miedo - respondió Ana, con voz apagada.
Tomás frunció el ceño.
- Pero si no hay nada de qué preocuparse. Es solo un proyecto. ¡Relájate! - dijo, tratando de animarla.
- No es tan fácil, Tomás. A mí me da miedo hablar frente a todos. - Ana miró al suelo.
Tomás se quedó pensando. A pesar de que para él la tristeza era un sentimiento que no entendía, sentía que quería ayudar a su amiga.
- ¿Y si armamos el proyecto juntos? - propuso Tomás con entusiasmo. - Así no estarás sola.
Ana esbozó una leve sonrisa. - Eso sería genial, gracias. Pero tampoco sé cómo hacerlo.
- No hay problema, ¡empecemos a escribir ideas! - dijo Tomás, tomando una hoja de papel.
Los dos pasaron la tarde trabajando juntos, riendo y dibujando ideas para el proyecto. Pero a medida que se acercaba el momento de presentarlo, Ana comenzó a mostrar signos de nerviosismo.
- No sé si puedo hacerlo, Tomás - dijo, dejando caer su lápiz.
Tomás, viendo que su amiga se sentía mal, tuvo una idea.
- ¿Sabés qué? Vamos a hacer un ensayo. Podés practicar hablando frente a mí. -
- Pero si me pones nerviosa solo con mirarme - se quejó Ana.
- Entonces voy a hacer esto más divertido. - Tomás sacó una nariz de payaso de su mochila.
Ana se rió, y poco a poco se sintió más tranquila. Un rato después, estaba practicando su presentación mientras Tomás hacía gestos tontos y coreografías ridículas.
- ¡Esto es fácil! - exclamó Ana al terminar su ensayo.
Finalmente, llegó el día de la presentación. Ana estaba aventándola, con una gran sonrisa, pero aún había un poco de miedo en su corazón.
- ¡Tomás, espero que no me falle! - gritó mientras llegaban al aula.
- Estaré aquí parado al lado tuyo, no te preocupes. ¡Juntos podemos! - aseguró Tomás, para luego darle un fuerte abrazo.
Cuando llegó su turno, Ana respiró hondo y decidió que ya no iba a dejar que el miedo la detuviera. Comenzó a hablar en voz alta, y para su sorpresa, no se sintió tan nerviosa. Habló con la misma energía que había mostrado en los ensayos con Tomás, y cuando terminó, recibió un gran aplauso.
- ¡Lo hiciste! - gritó Tomás mientras corría hacia ella.
- ¡Sí! No sé cómo lo logré, pero me siento tan feliz. - Ana estaba radiante.
- A veces, un poco de apoyo y risas son todo lo que necesitamos para vencer nuestros miedos. - le dijo Tomás, sonriendo.
Esa experiencia enseñó a Tomás que aunque la tristeza puede ser algo difícil de entender, ofrecer apoyo a amigos puede transformar un momento difícil en uno de alegría. Ambos entendieron que está bien sentir miedo, siempre y cuando tengan a alguien a su lado.
Desde entonces, Tomás no solo fue un chico alegre, sino también un gran amigo que aprendió el valor del apoyo y la empatía. Y así, cada vez que veía a un compañero triste, sabía que era el momento de sacar su nariz de payaso y alegrar el día.
Y así termina la historia de Tomás y Ana, un relato que demuestra que la verdadera alegría radica en ayudar a los demás y que siempre, siempre, vale la pena enfrentar los miedos junto a un buen amigo.
FIN.