Tomás y el jardín de la valentía
Había una vez un niño llamado Tomás que estaba a punto de comenzar el jardín de infantes.
Estaba muy emocionado por conocer nuevos amigos y aprender cosas nuevas, pero al mismo tiempo se sentía un poco asustado por separarse de su mamá. El primer día de clases, cuando llegó al jardín, Tomás se aferró a la mano de su mamá y comenzó a llorar. No quería dejarla y eso entristeció mucho a su mamá.
Las señoritas del jardín, la Seño Ana y la Seño Laura, notaron la tristeza de Tomás y se acercaron para ayudarlo. "Hola Tomás, ¿cómo estás? Soy la Seño Ana", dijo cariñosamente la Seño Ana.
Tomás levantó tímidamente la mirada y respondió entre sollozos: "No quiero quedarme aquí sin mi mamá". La Seño Laura se agachó frente a él y le dijo con dulzura: "Entendemos que te sientas nervioso, pero aquí vas a poder jugar, aprender cosas divertidas y hacer muchos amigos nuevos".
Tomás se secó las lágrimas con sus manitos y miró curioso a su alrededor. Vio juguetes coloridos, dibujos en las paredes y niños riendo juntos. Poco a poco, su carita triste empezó a iluminarse con una pequeña sonrisa.
Las señoritas decidieron llevarlo a dar un paseo por el jardín para que conociera todos los rincones especiales.
Le mostraron el rincón de lectura con cuentos maravillosos, el patio lleno de juegos divertidos y la sala creativa llena de pinturas y plastilina. "¿Te gustaría pintar algo para tu mamá?", preguntó la Seño Ana. Tomás asintió emocionado e inmediatamente agarró un pincel y comenzó a crear un hermoso dibujo lleno de colores brillantes.
Mientras pintaba, dejaba atrás sus miedos y abrazaba toda la diversión que el jardín tenía para ofrecerle. Al terminar su obra maestra, corrió hacia su mamá con una gran sonrisa en el rostro: "¡Mamá, mira lo que hice! ¡Es para vos!".
Su mamá lo abrazó orgullosa mientras observaba el dibujo lleno de amor. Tomás sintió en ese momento que podía disfrutar del jardín sabiendo que siempre tendría el apoyo tanto de su mamá como de las señoritas del jardín.
Los días pasaron y Tomás se convirtió en uno más del grupo. Jugaba feliz con sus nuevos amigos, aprendía cosas nuevas cada día y siempre guardaba un lugar especial en su corazón para su mamá.
Y así, entre risas, juegos y mucha creatividad, Tomás descubrió que crecer también significaba abrirse camino hacia nuevas aventuras donde siempre habría personas especiales esperándolo con los brazos abiertos.
Y todo gracias al amoroso acompañamiento de las señoritas del jardín que lograron transformar sus lágrimas iniciales en sonrisas eternas.
FIN.