Tomás y el mundo mágico de la obediencia



Había una vez un niño llamado Tomás, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos campos verdes y altas montañas.

Tomás era conocido por ser un niño muy obediente, siempre hacía caso a sus padres y seguía las reglas al pie de la letra. Un día, mientras jugaba en el campo, Tomás se encontró con una mariposa muy especial. Era de colores brillantes y parecía estar perdida.

Sin pensarlo dos veces, Tomás decidió seguirla para ayudarla a encontrar su camino de regreso a casa. La mariposa volaba rápidamente entre los árboles y arbustos del bosque cercano. Tomás corría tras ella sin perderla de vista.

Después de un rato, la mariposa se detuvo sobre una roca grande y brillante. Tomás se acercó con cuidado y notó algo extraño en la roca: ¡había una puerta! Con mucha curiosidad, abrió la puerta y se encontró con un mundo mágico lleno de criaturas fantásticas.

De repente, apareció ante él un duende amigable llamado Gustavo. El duende le explicó que ese lugar era el Reino Encantado, donde solo los niños más obedientes podían entrar. "¡Vaya!", exclamó Tomás sorprendido.

"No sabía que mi obediencia me llevaría a lugares tan especiales". El duende sonrió y le dijo: "Tu obediencia demuestra tu buen corazón y eso agrada mucho a Dios". Tomás estaba emocionado por haber descubierto este nuevo mundo mágico.

Gustavo lo invitó a recorrer el Reino Encantado y conocer a sus habitantes. Durante su aventura, Tomás se encontró con una hada llamada Sofía. Ella le pidió ayuda para recolectar las semillas de un árbol mágico que solo florecía si alguien obediente las plantaba en tierra fértil.

Tomás aceptó el desafío y comenzaron a buscar las semillas por todo el Reino Encantado. Juntos, saltaron sobre setas gigantes, treparon árboles altísimos y nadaron en ríos de colores brillantes. Después de mucho esfuerzo, lograron recolectar todas las semillas.

Tomás siguió al pie de la letra las instrucciones del hada y plantó cada semilla en la tierra fértil del bosque encantado.

Un año después, regresó al lugar donde había plantado las semillas y quedó maravillado al ver un hermoso árbol lleno de flores multicolores. Las flores eran tan brillantes como los colores de la mariposa que lo había llevado allí.

El duende Gustavo apareció nuevamente frente a Tomás y le dijo: "Has demostrado ser un niño muy especial. Tu obediencia ha traído alegría no solo a este mundo mágico, sino también al corazón de Dios".

Tomás se sintió muy orgulloso de sí mismo por haber sido obediente y haber ayudado tanto a los habitantes del Reino Encantado. A partir de ese día, Tomás continuó siendo un niño obediente no solo con sus padres, sino también con sus amigos y compañeros en la escuela.

Siempre recordaba la maravillosa experiencia en el Reino Encantado y cómo su obediencia había hecho una diferencia en la vida de los demás. Y así, Tomás siguió creciendo como un niño obediente y amable, dejando huellas de amor y alegría por donde pasaba.

Porque sabía que la obediencia no solo agradaba a sus padres, sino también a Dios, quien siempre le sonreía desde el cielo.

FIN.

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